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sábado, 13 de febrero de 2016

Encuestas, tendencias como cancha

Por Juan De la Puente
Las encuestas publicadas desde diciembre han producido un formato de análisis a mi juicio poco objetivo y parcial cuyo rasgo central es la arbitrariedad en la apreciación de las tendencias.
 
UNO. Agregar y desagregar
Se hace común que el análisis de una encuesta concluya con la mención de una tendencia sin mencionar otras. El jefe de CPI por ejemplo, al explicar su reciente encuesta afirmó que es seguro que Keiko Fujimori disputará la segunda vuelta, comentario al que se le ha respondido blandiendo otra tendencia, la caída de los que lideran las encuestas en el tramo final de la campaña electoral.
Una encuesta electoral suministra un cantidad de datos que permiten apreciar distintas evoluciones del escenario, todo ello propio de un país marcado por una incertidumbre estructural que se releja en cada elección. El error de ciertos análisis es desagregar las tendencias en lugar de agregarlas y relacionarlas entre sí.

DOS. El menú de tendencias
El menú de tendencias es muy variado y se tiene:
1) Quien lidera las encuestas “se cae” en el último tramo (Lourdes 2001 y 2006, Toledo y Castañeda 2011);
2) El candidato que “se cae” en el tramo final no recupera votos (Lourdes y Paniagua 2006, y Toledo y Castañeda 2011);
3) El candidato “pequeño” o “mediano” que aprovecha la caída de los “grandes” irrumpe en la primera línea con éxito o cierto éxito (García 2001, García y Humala 2006 y Humala y PPK 2011);
4) Quien pierde una elección en segunda vuelta gana la siguiente elección (Toledo 2001, García 2006, Humala 2011);
5) Los candidatos con más antivoto disputan sin embargo la segunda vuelta (Toledo y García 2001, García y Humala 2006 y Humala y Keiko 2011);
6) El centro o los moderados ganan las elecciones si hay extremos considerables (Belaunde 1980, García 1985, Fujimori 1990, Toledo 2001, García 2006 y parcialmente Humala 2011).
Estas seis tendencias no son milagrosas; obedecen a fenómenos que se registran en el curso de las campañas, específicamente en el diálogo entre los candidatos y los ciudadanos y la obvia tensión entre los candidatos frente a los electores. Las tendencias que resultan de ese proceso no deberían ser desagregadas porque son dependientes.

TRES. Agregación en dos bloques
Eso sucede con las tendencias 1), 2) y 3). Si revisamos por lo menos los tres procesos electorales anteriores, se podría concluir que solo se cae un candidato “grande” si se producen los siguientes hechos: a) si comete gruesos errores u omisiones; b) que esa caída sea irrecuperable si se produce a pocas semanas de las elecciones; y c) si existe un candidato (o dos), parecido o no, que recoja una parte considerable de la intención de voto del caído y sobre esa plataforma sume más apoyos en base a méritos propios. Solo así se puede entender la dinámica Lourdes/García del 2001 y 2006, la de Paniagua/Humala 2006, y la de Toledo/Castañeda/PPK/Humala el 2011.
Se deberían agregar asimismo las tendencias 4), 5) y 6). La “premiación” de un candidato que ha perdido la anterior elección tampoco es milagrosa o automática; se produce en la medida en que ocurran alguno de estos factores: a) si el candidato se ha moderado respecto de la anterior elección; b) el fracaso del gobierno en curso; y c) que no se durmiera en sus laureles, es decir, que haya tenido un protagonismo reconocible en la oposición al gobierno. Eso ha sucedido con García derrotado y moderado el 2001, Humala derrotado y moderado el 2006 y podría suceder (podría) con Keiko si median además otras condiciones en la actual campaña.

CUATRO. Dos nuevas tendencias
Señalo otras dos tendencias que si bien no se han registrado en elecciones generales, se han apreciado en las últimas elecciones municipales en Lima. La primera es la de "punta a punta", es decir, que el candidato que inicia la campaña electoral encabezando las encuestas termina ganándolas. La segunda es la de "Blancanieves y los 7 enanitos", es decir,  la debilidad en la segunda línea con varios candidatos con intención de voto similar, lejos de quien encabeza los sondeos.
Eso sucede en el actual proceso electoral. Las mediciones de los últimos 6 u 8 meses indican que Keiko se encuentra en sobre el 30% de votos y que sus seguidores están empatados –dos, tres o cuatro de ellos, según los sondeos- casi 20 puntos por debajo de ella.
Estas tendencias también están relacionadas. La fortaleza de Keiko, es decir, el espacio conservador del país, se explica por la desestructuración del centro político y también de la izquierda. La debilidad de la segunda línea, sin un candidato fuerte que supera el 20% de la intención de voto, fortalece a la candidata del fujimorismo en la medida en que centra la disputa entre PPK, Acuña, Guzmán y García y no entre todos ellos y Keiko.

CINCO. Las tendencias dominantes
Es fácil para los políticos aislar las tendencias y quedarse con una de ellas. En el análisis político no obstante, es obligatorio señalar cuál o cuáles son las tendencias decisivas.
Me inclino a sostener que el carácter inédito de estas elecciones, que traen temas igualmente nuevos en esencia e intensidad (desaceleración de la economía, corrupción de los políticos e inseguridad), relativizan las tendencias tradicionales de modo que es muy arriesgado comparar las elecciones del año 2016 con las del 2001, 2006 y 2011.
Creo que las tendencias dominantes son las nuevas, es decir, la fuerza de Keiko y la debilidad de la segunda línea y en esa dirección la imposibilidad hasta ahora de reconstruir un centro electoral. El centro está disperso en varias candidaturas y más de una es objeto de desconfianza por razones éticas. Esta debilidad genera mayor incertidumbre entre los ciudadanos que no votarán por Keiko.
Los traslados de votos de PPK a Acuña han cedido paso a otro registro: la subida de Guzmán que parece estar debiendo más del sector No sabe/No opina, blancos y viciados que en la última encuesta de GfK han pasado en un mes de 35% a 22%. Por otro lado, los incrementos de Barnechea y de V. Mendoza no están resolviendo el problema de la debilidad de la segunda línea.
¿Cuánto más durará este escenario con cambios y movimientos solo en la segunda línea?
Keiko no está cometiendo errores de campaña y, a diferencia de otros procesos, no aparece una opción electoral que recoja las críticas a lo que se llama modelo económico. No hay entonces grandes que se caen ni candidatos antisistema que recojan un humor social en materia económica. Eso es tan cierto que el outsider Guzmán se enfrenta al establishment político y no al económico, en tanto que no tenemos masas en la calle contra la corrupción o con demandas sociales intensas.
Aun así la crítica a la elite política o económica, juntos a separados, es una oportunidad para el mismo Guzmán y para dos “underdog” que aparecen, Barnechea y V. Mendoza. En ese campo casi todo está por hacer.
Esto no quita la sospecha de que algunas encuestas favorecen deliberadamente a algún candidato. Navegando con cuidado, y conociendo sus antecedentes, siempre es posible extraer conclusiones.

viernes, 5 de julio de 2013

La demolición de la política

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-demolicion-de-la-politica-04-07-2013
La República
La mitadmasuno
5 de julio de 2013
Juan De la Puente
Los efectos que tendrán los sucesos recientes y vigentes sobre la política, en su acepción más amplia y plural, es decir, como espacio de las ideas, los movimientos y las decisiones en la perspectiva del ejercicio del poder, serán devastadores. Las denuncias, los hallazgos, las investigaciones, las declaraciones, los ataques y las defensas y, en general, los hechos y omisiones, se estructuran mágicamente como una operación de demolición de instituciones, partidos y personas. Como en toda tragedia no falta el espíritu tanático de los que se autodestruyen y de los que observan impasibles el acto destructivo.
El adelanto de la campaña electoral ha espoleado una guerra política con componentes judiciales, policiales y penales nunca antes vistos. Un saldo positivo de esto es el inicio de investigaciones que ponen sobre la mesa actos de corrupción y cadenas delictivas. Es lamentable, no obstante, que las denuncias se acerquen a destacados hombres y mujeres públicos que simbolizan proyectos de gobierno y atenacen a sus partidos, los inmovilicen y los disminuyan en una etapa donde la política requiere de voces, magisterio y orientación.
Otros dos ángulos críticos son: 1) El Parlamento, cuya crisis debilita cualquier debate y decisión porque, al parecer, ha concluido la etapa en que el Congreso era el centro de emisión de los mensajes políticos y de grandes acuerdos y su papel en la democracia se ha reducido al de escenario exclusivo de la confrontación; y 2) la realidad municipal, impactada por una escalada de actos de corrupción y eventos conflictivos internos agudos, evidencia de lo cual es el inédito porcentaje de alcaldes y regidores suspendidos, vacados, revocados, procesados, prófugos y condenados.
En esas condiciones marchamos a las elecciones del 2014 y del 2016, con un sistema político en entredicho, con altas cuotas de insatisfacción con la democracia, y un desolador espectáculo de partidos en retirada, de lo que da cuenta el reciente informe del JNE sobre los comités y locales partidarios. Si existe un momento ideal de la antipolítica, el de la democracia sin partidos o contra los partidos, es este.
Bajo ese marco, el país parece estar preparándose con mucha dedicación para la irrupción de un outsider. En la teoría política, este surge en períodos de destrucción de tejidos por razones políticas o económicas, o de aguda confrontación o de separación excepcional entre las elites políticas y la sociedad civil. Este escenario parece estar a punto. 
No es posible estimar si los partidos y en general el sistema político están en condiciones de  revertir el proceso de demolición al que se han dedicado en cuerpo y alma. Las condiciones que han disparado este proceso son manejadas por los medios de comunicación exigidos por una sociedad civil sedienta de transparencia y justicia, algo encomiable, pero que también pide sangre en la arena. Los actores políticos han empezado a escenificar más para las galerías, ante un país transformado en un gran tribunal penal.
Esta demolición es una forma de la antipolítica pero al fin de cuentas es otra política. El único modo de enfrentarla es desde una política democrática. En esta etapa, esta solo puede tener sentido si parte de un compromiso público por la reforma y contra la corrupción que impidan al mismo tiempo la impunidad y la venganza o el aniquilamiento del adversario. Para que este compromiso sea legítimo debe emerger del poder mismo y ser asumido por el espacio público, incluyendo los partidos. Póngase la mano al pecho amigo. ¿Es posible ese compromiso en el Perú del año 2013? Ahí tiene la respuesta.
En esa ruta, un desfile despreocupado hacia el abismo, sorprende que los cánones que se hacen viejos con rapidez, sean utilizados para analizar la política peruana. En medio de la demolición algunos siguen pugnando por detectar evidencias de la “enfermedad” chavista en el cuerpo peruano. Si miraran mejor podrían encontrar que el Perú se parece cada vez más a la Venezuela previa a Chávez.