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sábado, 4 de junio de 2016

J. Ramírez y la política plutocrática

http://larepublica.pe/impresa/opinion/768981-j-ramirez-y-la-politica-plutocrática
La República
La mitadmasuno
20 de mayo de 2016
Juan De la Puente
En 15 días se sabrá cuánto afectó, si lo hizo, el estallido del caso de Joaquín Ramírez (JR) a la candidatura de Keiko Fujimori. Por lo pronto, su salida de la alta dirigencia de Fuerza Popular es una pequeña victoria del sector del país que pugna por una relación armoniosa entre el dinero y la política, y entre el poder y la transparencia.
Es de suma utilidad examinar los entresijos de la presencia de JR en la más alta ubicación del partido fujimorista. Para la elaboración de un relato sobre este azaroso caso importan ahora más el ascenso y auge que la caída del personaje.
Ramírez no expresa la épica fujimorista de los últimos 15 años, o no lo expresa en el nivel que representan, por ejemplo, Luz Salgado, Martha Chávez o Martha Moyano; tampoco resume al nuevo sujeto social fujimorista menos comprometido con la defensa del estado de cosas de los años noventa, pero interesado en los asuntos públicos.
Su poder no viene de la organización, de la doctrina o del programa. Es evidente que viene del dinero, es decir, de su capacidad de trasladar al partido sus recursos financieros. Esta condición para el ejercicio del poder es una de las variantes de la “plutocracia”, un término griego que tiene la misma edad que “democracia”, recreado hace años por el novelista portugués y universal José Saramago cuando dijo en Buenos Aires: “Vivimos en una plutocracia, un gobierno de los ricos, cuando estos, proporcionalmente al lugar que ocupan en sociedad deberían estar representados por una minoría en el poder”.
Hay sistemas más plutocráticos que otros. El nuestro es uno de los más extremadamente plutocráticos. No me refiero al natural deseo de los empresarios de hacer política a razón de lo cual han ingresado al Congreso un buen grupo de ellos, como que varios empresarios fueron elegidos alcaldes y gobernadores regionales, con notables resultados. Es el caso en el mismo fujimorismo por ejemplo del gobernador de Ica, Fernando Cilloniz, o de José Chlimper, cuyo papel es político, orgánico y de representación pública.
El de JR no es el único pero es el caso de ejercicio del poder desde el dinero, con el dinero, y con poca política y muchos recursos financieros; es la captura de un colectivo partidario con el único atributo del dinero. Se aprecia en este proceso un cambio respecto de las ya conocidas coaliciones distributivas que atenazan a gobiernos y políticos: del pacto entre políticos y financistas, subordinados los segundos a los primeros, se ha pasado a una alianza de iguales entre el dinero y la política. La difícil decisión de apartar a Ramírez del segundo cargo de importancia de Fuerza Popular resume la naturaleza de esta alianza, ajena a las convenciones.
Incluso en la hipótesis que se desvirtuaran las acusaciones contra JR, el suyo es un caso típico de infiltración del dinero en la política. ¿Es malo? Sí. La democracia en su acepción moderna puede ser de derechas o izquierdas, populista o programática, elitista o de masas, pero está obligada sobre todo a ser principista y meritocrática. El teórico liberal Robert Dahl sostenía que los ciudadanos deben tener igualdad de oportunidades para hacer realidad sus preferencias o pugnar por ellas públicamente entre sus partidarios, el gobierno y la sociedad.
La receta contra esta infiltración reside en la reconstrucción aun así sea mínima de reglas partidarias que igualen en lo posible las oportunidades de lo que tienen mucho y los que no tienen nada. Esto pasa por reconocer la precariedad de todas las formaciones políticas abandonando la contemplación de alguna de ellas como aparatos partidarios y de masas que cobijan grandes proyectos de país. Mentira, la debilidad de proyectos que muestra todos los días este proceso electoral es hermano y aliado de la precariedad de sus expresiones políticas. Es imposible, aun en nuestro país de inéditas experiencias, que un vigoroso movimiento para transformar o conservar conviva con un grupo político precario.

lunes, 4 de marzo de 2013

Escobar y la estética del crimen

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/escobar-y-la-estetica-del-crimen-01-03-2013
La República
La mitadmasuno
1 de marzo de 2013
Juan De la Puente
El gobierno peruano se ha quejado de la difusión de las escenas del asalto sangriento a una notaría de Lima, un tema que vuelve a abrir la discusión sobre el papel de los medios en la lucha contra el crimen. Este debate coincide con la difusión en Lima de la narconovela colombiana “Pablo Escobar, el patrón del mal”, cuyo inicio tuvo el envidiable rating de 15,3 puntos, siguiendo una racha triunfante que lo ha llevado a 40 países.
La serie sigue al éxito de otras narconovelas sobre el crimen y la mafia en A. Latina como la mexicana “La reina del sur”, las colombianas “El cartel de los sapos”, “Sin tetas no hay paraíso” y “Las muñecas de la mafia”.
La escalada del delito no se resuelve con las prohibiciones. En México, la prohibición de los narcocorridos (género musical que cuenta las hazañas de los narcotraficantes) en los estados de Baja California y Sinaloa no disminuyó el narcotráfico; y en ninguna ciudad la ausencia de información sobre delitos reducirá su incidencia.
Es cierto que las canciones, novelas, películas o series de TV son formas de registro social que se deben ejercer en libertad. No obstante, conviene reflexionar sobre la estética del crimen en su narrativa de exaltación de la valentía, la familia, la fidelidad y la solidaridad que, al mismo tiempo, esconden el desprecio por la vida y las normas de convivencia social y expresan una alternativa, un modelo de vida y de negocio.
La literatura y el cine describieron o poetizaron el crimen desde Edgar Allan Poe hasta James McClure, desde las célebres realizaciones de El Padrino a la serie de Tony Soprano. Sin embargo, las series y novelas sobre el narcotráfico que gozan de popularidad en A. Latina son pésimas copias de estas últimas y reflejan la falta de sistematización del delito por parte de la industria televisiva. No es el único caso; ya las ciencias sociales han demostrado hace varios años adolecer de lo mismo.
Los medios han estimulado el culto de los delincuentes a través de la crónica roja. Con el actual refuerzo, esta cultura se viralizará; según el periodista colombiano Antonio Caballero millares de niños de Colombia quieren ser, cuando grandes, como el Pablo Escobar que pinta la serie, un héroe fuerte y valeroso, inteligente y astuto, rico y poderoso, digno de admiración.
En la serie de Escobar está presente una estética del crimen que construye el mundo del delito como una realidad redonda, ordenada, omnipotente, rica y lujosa, que esconde bien sus miserias. En el extremo, despide una visión europea y norteamericana del delito como un fenómeno tropical, casi un carnaval. Ese registro que banaliza el delito mostrándolo como un suceso extraordinario a cargo de seres especiales omite que el crimen azota a una región desigual y con alto nivel de pobreza. La verdad es que el delito en A. Latina es mucho más cotidiano y menos excepcional.
Los malos, reales o ficticios, comportan una enorme fuerza narrativa. Sin embargo, la serie sobre Escobar no disimula la apología del narcotráfico. Descubre un relato oficial sin reflexión y crítica; encubre la responsabilidad histórica del Estado colombiano y su nefasta omisión y acción que crearon el contexto para el surgimiento de los carteles de la droga. En la serie casi no aparece la corrupción pública; allí, los malos son malos sin ayuda pública y los buenos son tontos destinados a la muerte.
Es cierto que en este resultado tiene mucho que ver el genio de Andrés Parra, el actor que personifica a Escobar y que se ha “comido” la novela. Pero nadie sabe para quién trabaja, la novela se ha tragado a sus realizadores y ha terminado incumpliéndose el propósito original de contar la verdad desde el lado de las víctimas.
La narconovela de Escobar está recorriendo el mundo concitando audiencia sin debate. Con la serie termina el proceso de santificación e idealización internacional del narco. Escobar ya tiene novela, película y camisetas; solo le falta muñequitos con su cara, tacitas de café y que se parezca al Che.