Mostrando entradas con la etiqueta chavismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta chavismo. Mostrar todas las entradas

viernes, 2 de septiembre de 2016

La cuestion democrática en América Latina

http://larepublica.pe/impresa/opinion/799216-la-cuestion-democratica-en-latina
La República
La mitadmasuno
2 de setiembre de 2016
Juan De la Puente
Tres países –Colombia, Venezuela y Brasil– son sacudidos por distintas razones que sin embargo se relacionan con un hecho general, el fin del ciclo progresista o posneoliberal regional que coincide con otro final, el del auge de los precios de las materias primas. Política y economía se funden en una nueva transición como hace 30 años, aunque a diferencia de aquella no estamos ante un movimiento hacia la democracia desde un patrón único autoritario sino de una convulsión que parece no tener agenda evolutiva general.
La derecha no tiene mayor problema en poner todo en el saco contra la izquierda y le es fácil oponerse a una sola voz a la paz en Colombia, aplaudir la destitución de Rousseff y apoyar la salida de Maduro del poder. Ella bate palmas por lo que le sucede a la izquierda sin considerar que se inicia un proceso complejo en el que la sociedad asumirá formas de acción política contestatarias que afectarán a derechas e izquierdas.
Este reduccionismo es similar al de la izquierda más atrasada del continente que apoya la paz en Colombia pero respaldaría un golpe chavista en Venezuela, aunque califique de golpe de Estado lo sucedido con Roussef en Brasil, que efectivamente lo fue.
Algunos académicos señalan que una cosa es el agotamiento del potencial transformador del progresismo y otra el final de su ciclo político (Eduardo Gudynas, Uruguay). Eso parece ahora poco relevante frente al envilecimiento del proyecto chavista en Venezuela y a la caída de Dilma Rousseff en Brasil, procesos en cuya base se localizan tanto el fracaso económico como institucional. En Colombia, en tanto, lo que ha fracasado son las políticas de guerra de la derecha y de la izquierda, superadas por un audaz pacto democrático liberal, resistido por el ultra conservadurismo. Colombia es el único país del mundo en guerra donde se marcha contra la paz.
Es cierto que en la crisis regional juega un papel destacado la derecha, pero reducir todos los efectos a esta participación es un delito conceptual; equivale a negar la deriva autoritaria y corrupta en países como Venezuela o Nicaragua, o los graves errores de los modelos argentino y brasileño que no solo no combatieron la corrupción sino se asociaron a ella. Que Rousseff sea derrocada por un grupo de políticos corruptos que pugnan por librarse de la cárcel –y que ella sea personalmente inocente– no debería hacernos cerrar los ojos ante la descomunal ausencia de la ética pública que ha envuelto la política oficial de ese país. El vómito negro no esconde la infección.
Son lejanos los días en que la viabilidad de la izquierda se subordinaba a dos mutaciones genéticas, la inclusión en el régimen democrático y la rebaja de su programa máximo frente al mercado y la sociedad. En lo segundo, en la mayoría de países gobernados por el progresismo en los últimos 15 años se exhiben avances notables en materia de ingresos y equidad, pero en lo primero se confirma un resonante fracaso.
El progresismo dejó pasar la oportunidad de garantizar una democracia política que acompañe al programa de democracia económica y equidad. Las reformas institucionales realizadas en Bolivia, Venezuela y Ecuador sirvieron para ganar las reelecciones y en otros países, como en Argentina, el gobierno familiar cerró toda opción de futuro. En Brasil no hubo reforma reeleccionista, pero una gigantesca maquinaria estatal corrupta devoró al grupo portador del cambio, el Partido de los Trabajadores (PT), cuya actual impopularidad es una suerte de caída del Muro de Berlín del progresismo regional.
La izquierda está nuevamente enfrentada a sí misma. Ella, que ha llenado bibliotecas con recetas para la reforma del Estado tendrá una nueva oportunidad si asume un programa de cambios democráticos en la región –que no pasen obviamente por el reeleccionismo– y si al mismo tiempo profundiza su compromiso con la ética pública. En otras palabras, se encuentra frente a una nueva cuestión democrática.

viernes, 26 de abril de 2013

El síndrome venezolano

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/el-sindrome-venezolano-26-04-2013
La República
La mitadmasuno
26 de abril 2013
Juan De la Puente
La maraña de calificativos utilizados para abordar la situación en Venezuela confunde el debate y, a la vez, lo simplifica. Para lo primero, se coloca sobre la mesa adjetivos imprecisos para el caso como “democracia popular”, “dictadura”, “revolución”, “totalitarismo” o “populismo de izquierda” que reflejan percepciones pero que no permite la elaboración de visiones completas del fenómeno; para el segundo caso, se construye una ecuación cerrada compuesta solo por dos elementos, el aplauso o la condena de los actuales sucesos, metiendo en un saco a gobiernos, estados, personas y partidos.
La ciencia política moderna permite con comodidad la definición de los regímenes, especialmente cuando se trata de sistemas híbridos, una de cuyas variantes es el autoritarismo competitivo, usado en los años noventa para clasificar al gobierno de Alberto Fujimori y ahora para marcar la naturaleza del régimen venezolano.
Esta definición necesita ser contrastada con los actuales estándares democráticos enriquecidos por nuevos derechos, libertades, competencias e instituciones, aplicados a un régimen que se aleja con angustia y rapidez de los modelos democráticos expuestos. La situación venezolana no califica para el modelo procesal que condiciona la democracia a las elecciones libres y a la práctica de libertades y derechos; tampoco califica para el modelo minimalista que hace énfasis en la capacidad del voto y de la lucha multipartidaria para formar el poder, subestimando inclusive las desiguales posibilidades para acceder a la competencia política.
Siendo que Venezuela no cumple con estos estándares, una parte de la izquierda persiste en denominar como democrático el actual proceso en ese país e insiste en defender, desde la ideología y muy poco desde la política, las arbitrariedades que se suceden desde los gobiernos de Hugo Chávez hasta el actual de Nicolás Maduro. Se constata allí una suerte de parálisis conceptual que abandona el paradigma liberal que la izquierda asumió luego de la caída del Muro de Berlín y que ha servido para construir en América Latina exitosas experiencias de renovación política desde la izquierda y el mundo popular, en democracia.
Razonando desde la democracia y las libertades, la izquierda no necesita pensar y actuar como la derecha para explicarle al país lo que sucede en Venezuela. Para la derecha, lo de Venezuela es una dictadura y la solución consiste en reponer las cosas al estado previo a la toma del poder por Hugo Chávez en 1998, es decir, restaurar la vieja democracia venezolana infértil, mañosa y corrupta. En respuesta,  la izquierda no puede asumir el proceso venezolano como un producto obligado e imprescindible del fracaso de la democracia, cerrando las puertas a un proceso democratizador nuevo y superior.
La izquierda necesita acompañar el proceso venezolano cuestionando al régimen de Nicolás Maduro y sus violaciones a la legalidad democrática, como lo hace un pequeño y valiente sector de la izquierda de ese país. No puede convalidar prácticas intimidatorias contra los opositores y violaciones a la legalidad electoral asumiendo como propias las deformaciones del proceso chavista, justificando los vicios de la democracia en Venezuela con los vicios tradicionales de la derecha peruana y continental. El resultado de esta operación es una coartada autoritaria desde la izquierda, gemela de la que se elabora desde la derecha.
La izquierda no puede atarse a Maduro y a Chávez; tiene el legítimo derecho de diferenciarse de la campaña internacional que pretende una restauración no democrática en Venezuela y pugnar al mismo tiempo por una transición que reconociendo los avances sociales concrete una salida democrática. Debe superar el síndrome del apoyo sumiso de los autoritarismos y romper la ecuación cerrada de los grupos conservadores para quienes solo existen las alternativas del aplauso o la condena. No se puede despreciar en otros países las libertades que pedimos para el nuestro.