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sábado, 30 de julio de 2016

Después de Humala, lecciones personales

http://larepublica.pe/impresa/opinion/789471-despues-de-humala-lecciones-personales
La República
La mitadmasuno
29 de julio 2016
Juan De la Puente
El gobierno de Ollanta Humala y especialmente el modo en que ha concluido ofrece tendencias que deberían ser aquilatadas por los actores políticos del quinquenio que se inicia. No expresan una receta plana de lo que no debe hacerse pero resumen lecciones sobre el ejercicio personal del poder o el desempeño de la cuota que le corresponde a cada figura en este sistema político informal y precario.
Las guerras personales. Humala fue uno de los perjudicados con la guerra política en la que se trabó los últimos años de su mandato, y que tuvo al otro lado a Alan García y al Apra. El gobierno se empeñó en organizar frente a García una poderosa ofensiva a la que este respondió con una movilización personal y social de igual envergadura. La intensa lucha desgastó a ambos limitando al gobierno posibilidades de acción y proyección y resucitando frente a García el viejo encono político añadido al nuevo anti.
El antialanismo y el antihumalismo fueron la personalización de una disputa que pudo trascurrir en un contexto más institucional y sin que por ello pierda su esencia de denuncia y competencia. Su resultado fue la anulación de los dos grandes contradictores. El país no ha premiado la animadversión excesiva y la ojeriza y, al contrario, ha gratificado con sus votos a los líderes que ubicándose en la oposición no han llevado esta condición al extremo. De cara al futuro, quienes aspiren a liderar la oposición al actual gobierno deberán reparar en que no es sutil la diferencia entre oponerse al gobierno y oponerse personalmente a quien lo encarna.
El valor del liderazgo. En cambio, si la opinión pública cuestiona el encono personal extraordinario, valora la entrega personal del líder en un código positivo y audaz. Los sondeos realizados los primeros meses del gobierno de Humala, a la mitad de su mandato y en su última etapa están cruzados por un reclamo recurrente que no se apreció en sus antecesores: liderazgo. Especialmente frente a dos reclamos, la crisis de la seguridad y la perdida de velocidad del crecimiento, Humala evidenció falta de temple, iniciática y palabra oportuna, y a este punto se asocia también el desempeño de la ex Primera Dama Nadine Heredia, protagonista inhibidora del liderazgo de su esposo.
Es probable que esta percepción no se refiera finalmente solo a su comportamiento individual sino también al talante de sus ministros y al silencio público de la mayoría de ellos. Sin embargo, como en todo régimen presidencialista, es la jefatura del Estado el crisol donde se queman las legitimidades incluso si el equipo falla más que el Presidente. En adelante, Humala lo enseña, el liderazgo exige una actitud personal decidida e inconfundible que no podrá barnizarse recurriendo a la tesis de la delegación, especialmente en los dos mismos ámbitos, seguridad y economía.
Lealtad personal. Humala termina su mandato en casi completa soledad, sin parlamentarios en ejercicio que defiendan su legado en los próximos años, sin un partido activo que luche contra la adversidad y sin un entorno propio. Las causas de esta soledad no pueden atribuirse solo a la labor de los opositores; en gran medida es el resultado de una pésima gestión partidaria, el maltrato de sus más fieles seguidores y la poca pericia para combinar el ejercicio del poder con la vigencia de un grupo humano cohesionado por lealtades principistas y por supuesto personales.
El cuadro de un presidente denostado por sus vicepresidentes y obligado a asumir su defensa es una reincidencia republicana y la evidencia de que hasta el ejercicio más personalista del poder exige una conducta colectiva y el respeto de las militancias. En el futuro, los líderes deberán saber que el abuso de poder partidario o la subestimación del papel que juega en la política nacional la vigencia activa de un estado mayor, es letal. Los políticos que entran al poder con partidos aun así sea pequeños no pueden salir solo de él. Conservar un partido es más fácil que construirlo otra vez.

viernes, 9 de octubre de 2015

Antifujimorismo y antialanismo, nuevas claves

http://larepublica.pe/impresa/opinion/707473-antifujimorismo-y-antialanismo-nuevas-claves
La República
La mitadmasuno
Juan De la Puente
2 de octubre de 2015
Dos de los más acendrados “antis” en la política peruana son los que atañen a Keiko Fujimori (KF) y Alan García (AGP). Los discursos contra ambos han sido formas poderosas de comunicación utilizadas para simbolizarlos como un peligro como para cimentar una férrea identidad defensiva de sus partidarios. De hecho, es un sentido común que KF perdió las elecciones del 2011 gracias a una recreación tardía y exitosa del antifujimorismo.
Parece que KF ha aprendido a manejar ese “anti” sobre todo porque se trata del viejo antifujimorismo cuyo principal símbolo es su padre. Este “solo” es polémico: un sector cree que no se necesita más que activar la percepción selectiva de los años noventa pero otros sostienen que el país ha asimilado y olvidado los crímenes del gobierno de esa década.
La campaña contra KF se sustenta en un discurso publicitario con énfasis en condenables actos de Alberto Fujimori: 1) la corrupción y el papel en ella de Vladimiro Montesinos; 2) las violaciones de los DDHH; 3) la fuga al Japón y la renuncia por fax; 4) los familiares perseguidos por la justicia; 5) los maltratos a Susana Higuchi; 6) el golpe del 5 de abril de 1992; y 7) la compra de los diarios chicha.
Lo que falla en este discurso es la comunicación sin política; esta –la política– no ha sido empleada o, para ser más exactos, contiene poca valoración política entendida como crítica a lo que ahora es KF y no solo lo que ha sido o sigue siendo.
No existe un nuevo antifujimorismo, a pesar de que hay razones para ello. Es extraño, por ejemplo, que no se insista en el férreo compromiso del fujimorismo con los aspectos más excluyentes del modelo económico, las denuncias contra sus nuevas adquisiciones y sus conflictos orgánicos en varias partes del país.
KF está logrando construir una segunda identidad del fujimorismo o, si se quiere, una identidad compartida donde ella adquiere un peso propio y se debilita la proyección de Alberto Fujimori. Esta apreciación puede ser cuestionada –otra vez desde la publicidad– pero merece un mínimo de discusión, especialmente luego de su presentación en Harvard en la que pareció postular un “postalbertismo” cuyo atributo es una menor excitación ideológica que aquella que los marca como radicales peligrosos para la democracia.
García supo manejar el antialanismo. El 2006 disolvió en parte la polarización entre Lourdes Flores y Ollanta Humala y se coló por el centro, diluyendo un parte su “anti” y construyendo otro más agresivo, el antihumalismo. En su segundo gobierno construyó un segundo alanismo que logró arrinconar al primero aun a pesar de la posterior guerra centrada en la Megacomisión que AGP ganó en términos políticos y legales.
Sin embargo, los narcoindultos y otras nuevas acusaciones han parido un nuevo antialanismo que se relaciona con una “nueva” corrupción encarada con respuestas tradicionales. Al contrario de lo que sucede con KF, contra AGP se dirige un discurso en el que lo publicitario y político lucen eficaces, sean o no veraces: 1) García debilitó la lucha contra el narcotráfico indultando no a centenares sino a miles de mafiosos; 2) una mafia organizada lucraba con los indultos y de esto se beneficiaban un grupo de militantes apristas; y 3) AGP no ofrece garantías de que un tercer mandato suyo sea transparente.
El Apra se ha resistido a reconocer este nuevo antialanismo, al que combate con la clave de lo viejo. Sus líderes aducen que es el antiaprismo de siempre y que ellos resistirán como siempre a este embate conocido, un arma eficaz para la cohesión interna pero de dudosa utilidad con las masas. La posibilidad de disculpas públicas por lo narcoindultos que inicien a un giro programático ha sido bloqueada, y en cambio la idea de sacar a los militares a la calle suena a una huida hacia adelante.
Así, las diferencias en la intención de voto no pueden explicarse con el argumento de una campaña aún en ciernes sino por la insuficiencia de un antiguo “anti” que favorece a KF y la eficacia de uno nuevo que perjudica a AGP.

Elecciones sin coaliciones

http://larepublica.pe/impresa/opinion/705819-elecciones-sin-coaliciones
La República
La mitadmasuno
Juan De la Puente
25 de setiembre de 2015
Desde 1990 el país protagoniza comicios impulsados por coaliciones electorales que deben su origen a la debilidad de los partidos (ver estupendo trabajo de Mauricio Zavaleta, La competencia política post-Fujimori; partidos y coaliciones de independientes en los espacios subnacionales peruanos, IEP 2014) y a la necesidad de impedir el acceso al poder de fuerzas generalmente consideradas radicales.
Este modelo de competencia electoral se ha decantado rápidamente por los anti desde el año 2000. De hecho, la candidatura de Toledo ese año fue una coalición antifujimorista y la otra, la del 2001, fue primero contra Lourdes Flores y luego antialanista.
La de García el 2006 fue una coalición primero contra Lourdes Flores y luego antihumalista. Las elecciones del 2011 fueron muy especiales; la derecha y el centro, divididos en cada lado, no pudieron forjar una coalición anti; Humala volvió a disputar la segunda vuelta, y fue él quien volvió a encabezar una coalición antifujimorista, victoriosa por escaso margen.
El resultado de este modelo de competencia electoral ha sido de coaliciones también gobernantes en lo político y social. Más de la mitad del primer gabinete de García el 2006 no votó por él en la primera vuelta, y su gobierno fue viable gracias a la alianza con el fujimorismo en el Parlamento. Antes, Toledo pactó con el FIM, Unidad Nacional, UPP y AP en el Congreso, una sucesión de frágiles coaliciones que al deteriorarse casi le cuestan la presidencia.
La historia de Humala/gobierno es la de una coalición progresista sustituida por otra, conservadora y precaria. Es probable que en su caso, 2/3 de sus ministros que tuvo desde el inicio de su gobierno no votaran por él en la primera vuelta, lo que también indica el carácter de su inestabilidad escindida: acuerdos con la derecha en materia económica y guerra con ella en el ámbito político.
Los tres gobiernos del actual ciclo democrático han sido al mismo tiempo gobiernos de minoría. Toledo (36% en la primera vuelta el 2001) eligió 45 de 120 legisladores; García (24% en la primera vuelta el 2006) eligió 36 de 120; y Humala (31% en la primera vuelta el 2011) eligió 47 de 130. A su vez, los tres gobiernos se beneficiaron de un consenso en la sociedad civil que es (todavía) insistente en proteger la estabilidad constitucional y desaprobar toda iniciativa rupturista, en el Congreso o fuera de él.
Esta democracia que se explica por esas coaliciones electorales y gobiernos de minoría pactados, uno más estable que los otros dos, podría experimentar un giro hacia una mayor precariedad. El primer síntoma es la fragmentación de opciones y la poca probabilidad de que algún candidato organice una coalición.
Es probable que el 2016 compitan 7 candidatos presidenciales que logren superar la valla electoral en lugar de los 5 que hubo en los comicios del 2011. Esta dispersión podría implicar bajas votaciones en la primera vuelta y la posibilidad de que los dos aspirantes que pasen a la segunda vuelta no sumen juntos el 50% de votos. En ese contexto, la coalición anti que gane la segunda vuelta tendría que buscar más compromisos y sufrirá evidentemente la pérdida de fuerza propia para gobernar.
Sería dramático que quien gane la presidencia el próximo año no tenga más que una cuarta parte de legisladores propios (menos de 33) y se enfrente a un Congreso que, como se ha visto, ha desarrollado una “inteligencia destructiva” con el famoso voto ámbar que ya ha bloqueado por unos días la investidura de dos gabinetes. Un presidente con baja votación en la primera vuelta, y que luego no pueda organizar una coalición parlamentaria a su favor tendrá un pronóstico reservado.
Podría ser que la formación de coaliciones deba de adelantarse y que, en vista de ello, se tengan demasiados aspirantes presidenciales. Al mismo tiempo, la capacidad de pactar en esta democracia de minorías se convierte en un atributo electoral que los ciudadanos bien pueden valorar a la hora de votar. Estamos avisados: debe preocuparnos la poca capacidad de los políticos de construir coaliciones como una compensación de la debilidad de sus partidos.