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domingo, 30 de junio de 2019

Pobreza y políticas pobres

https://larepublica.pe/politica/1448184-pobreza-politicas-pobres/
La República
La mitadmasuno
12 de abril de 2019
Juan De la Puente
Las reacciones al reciente informe Evolución de la pobreza monetaria 2007-2018, que ha elaborado el INEI en base a los resultados de la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO), reiteran la constante de opiniones muy diferenciadas sobre las políticas sociales, que son de plena complacencia con lo general o de pesimismo irreductible respecto a los detalles. Es cierto que a esto contribuye el INEI, que nuevamente se comporta como una oficina de imagen del Estado, resaltando las buenas cifras y ocultando las malas.
En una apreciación ponderada, deben ponerse en el mismo plano dos datos que dialogan seriamente: el 2018 se redujo la pobreza monetaria en 1,2% y por lo tanto 313 mil peruanos dejaron de ser pobres, en tanto que, en el área urbana, si bien la pobreza bajó 0,7% en números –no en porcentajes– se han incrementado los pobres en más de 200 mil en relación a los resultados del año 2016.
En este diálogo complejo entre lo general y lo específico habría que reconocer una mayor velocidad en la caída de la pobreza rural, que ha bajado 19 puntos en ocho años (de 61% a 42%) contra la pobreza urbana que apenas ha caído menos de 6 puntos en el mismo período (de 20% a 14.4%). Se puede anotar otro tanto respecto a las regiones naturales: en el período 2010-2018, por cada tres puntos de pobreza que se bajó en la sierra, solo se redujo un punto de pobreza en la costa.
Es desafiante la reducción de la pobreza en las zonas donde esta cayó sostenidamente desde el año 2001 pero que desde hace unos años evoluciona muy lentamente, la costa y el país urbano. Esta resistencia se debe a las limitaciones del financiamiento y a las múltiples formas que asume allí la vulnerabilidad social, a diferencia de las zonas rurales, con una pobreza más homogénea.
El correlato político de estos datos es más relevante de lo que se piensa, en un sentido distinto a la explicación inmediatista –y extremadamente relativa– que cree que existen más conflictos donde hay más pobreza. Los desagregados deberían incidir en ajustes de la actual política social plana, y en favor del registro de la evidencia y la sistematización de logros y fracasos, para desde ellos construir experiencias propias y exitosas. En cada caso –pobreza, pobreza extrema, anemia, desnutrición, saneamiento, producción, escolaridad– existe un registro de avances y retrocesos.
Como punto de partida debería aceptarse el fracaso relativo de la lucha contra la pobreza urbana, y asumir el desafío de reformularla a propósito de una nueva gestión en el MIDIS luego de la desastrosa y turbulenta experiencia inmediatamente anterior. La actual ministra, que fue crítica severa del programa Prospera, tiene ahora la oportunidad de mostrar avances contra la pobreza en las ciudades.

A pesar de los discursos triunfalistas, los indicadores resistentes asoman como elementos de una discusión de fondo de cara al 2021. Junto a lo urbano, nueve regiones, la mitad del territorio nacional, se mantienen en un nivel de pobreza de más de un tercio de su población, por lo menos 13 puntos por encima del promedio nacional. No se pueden negar los logros, pero la política está obligada a comprometerse con soluciones.

viernes, 9 de mayo de 2014

Pobreza, democracia y brechas

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/pobreza-democracia-y-brechas-09-05-2014
La República
La mitadmasuno
9 de mayo de 2014
Juan De la Puente
La reciente publicación de estudios referidos a la evolución de la pobreza ha renovado el debate sobre modelos y políticas. En los comentarios se aprecian sesgos ideológicos imposibles de evitar en un debate de esta magnitud, aunque este debería ser lo más racional posible bajo el riesgo de perder de vista elementos centrales de la discusión.
Una primera conclusión de los datos publicados por el INEI se refiere al valor social de la democracia, un régimen que nos ha permitido reducir en 12 años más de 30 puntos de pobreza, de 54,8% el 2001 a 23,9% el 2013. Esta reducción es histórica e innegable por su intensidad y resultado y comparable con las dos estrellas mundiales en materia de reducción de pobreza, Brasil y China, aún a pesar de las críticas al modelo de medición de la pobreza por el ingreso monetario.
Los porcentajes probablemente escondan que se trata de más de 8 millones de peruanos que dejaron la pobreza. Si la revisión de cifras se extiende a la pobreza extrema, la reducción ha sido de 24,4% el 2001 a 4,7% el 2013, un rango de casi 20 puntos, es decir, más de 5 millones y medio de peruanos.
Dudo de que este resultado se hubiese logrado con un gobierno autoritario, especialmente si se prolongaba el régimen político de los años noventa, cuya política social se sustentó en la compensación del ajuste, la restricción de la demanda, la recentralización del país y una escasa inversión pública. A su favor, sus defensores pueden exhibir varias razones, como el costo que implicó la estabilización de las cuentas macro, la crisis asiática que afectó los precios internacionales y, sobre todo, el principio cerrado que afirma que primero hay que crecer para luego distribuir.
Siendo de algún modo ciertas las dos primeras razones, es evidente que el auge de la década pasada no se encontró de casualidad con la redistribución. Fue un encuentro buscado por el imaginario portador de la propuesta democrática de esos años, que tuvo igualmente un imaginario social que portaba la demanda de derechos más legitimados. De hecho, no creo que las cifras que se exhiben podrían haberse alcanzado sin el proceso de descentralización, el antecedente a la intensa transferencia de recursos del centro a las regiones y municipios.
Otras tareas realizadas en estos años son resultado del régimen democrático, como el incremento de la cuota de autonomía del BCR y la expansión de la inversión privada, la demanda y el consumo, y la puesta en marcha de una nueva generación de programas sociales, algunos de transferencia directa, que en condiciones de un modelo político y económico cerrado habría sido más difícil echar a andar. En esa medida, la visión de piloto automático se relativiza notablemente.
La complacencia de estos resultados es, asimismo, nefasta. La primera conducta de este comportamiento es encerrarse en las cifras globales y negarse a mirar los desagregados y ser crítico con ellos. La revisión de estas cifras revela la persistencia de la pobreza rural en una dimensión que, contra lo que algunos afirman, supera el concepto de bolsón y adquieren la característica de una brecha. Los pobres en el Perú rural son el 48% y si bien este porcentaje ha bajado 5 puntos en un año, sigue siendo una cifra alevosamente alta. En la selva rural este porcentaje baja ligeramente a 42,6% y en la sierra rural este porcentaje se eleva al 52,9%.
Estas brechas son calientes si se comparan con las cifras de pobreza en la costa rural (29%), sierra urbana (16,2%) y Lima Metropolitana (12,8%), de modo que entre Lima y el Perú más pobre hay por lo menos una brecha de 35 puntos, aunque los pobres en ambos lugares no dejen por ello de ser pobres. Esta brecha alude directamente a la equidad, un indicador temido por lo que creen que con reducir la pobreza basta y sobra.
El actual ciclo de crecimiento económico y de reducción de la pobreza no será infinito y es probable que en algún momento se paralicen ambas tendencias. Cuando ello suceda será potencialmente explosivo para un país emergente como el nuestro, por citar un estimado, que la pobreza general se sitúe en 15% y la del Perú rural en 40%, o que Lima tenga 5% de pobres y Ayacucho 50%.