Mostrando entradas con la etiqueta Humala.. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Humala.. Mostrar todas las entradas

viernes, 5 de junio de 2015

#TíaMaría, los mínimos y los máximos

http://larepublica.pe/impresa/opinion/1876-tiamaria-los-minimos-y-los-máximos
La República
La mitadmasuno
22 de mayo de 2015
Juan De la Puente
Como antes en Conga (2011/2012) pero con mayor intensidad, el conflicto de #TíaMaría revela los límites de los discursos tradicionales, reducidos al mínimo efecto, y la autonomía de la práctica. En poco menos de un mes, los hechos han reemplazado a los alegatos y han debilitado algunas claves que organizaban el debate público, es decir, sistema/antisistema, centralismo/regiones y mineros/antimineros.
Ha perdido sentido el argumento y adquieren fuerza la violencia cruenta y las estrategias de las partes, sin necesitar de los discursos. En dos meses hemos consumido imágenes y símbolos contundentes. No hay argumento frente a un paro de 60 días, la muerte de dos civiles y de un policía con el cráneo destrozado, el agricultor al que la policía “sembró” una prueba, las batallas entre la autoridad y el hombre de la calle como iguales, la voz de Julio Gutiérrez vendiendo a sus discípulos y la mujer a la que raparon por desafiar a los huelguistas.
A este límite de los discursos se debe a que ya se consumieran 7 de los 60 días de la pausa anunciada  por Southern, el 10% del tiempo, sin que se dibuje una ruta que lleve a alguna parte. La anunciada pausa concierne a un proyecto que no ha empezado, en tanto no se ha suspendido el paro, las estrategias en pugna, los insultos y la confusión. Lo cierto es que se ha suspendido la palabra y luego casi nada; quizás también hemos suspendido el miedo, que no es mucho pero no es poco.
El primer discurso en desuso es el que sostiene que gran parte de la culpa la lleva el Estado, sin asumir ninguna propia. Siendo cierto, es un argumento facilón y básico, que no puede evitar que se aprecie que las claves están, más allá del gobierno, policías, militares, fiscales y jueces, en las estrategias que no han sido alteradas.
El discurso del diálogo como forma de acercamiento de las diferencias también ha fracasado, no tanto por la desconfianza como por la precaria representación de los actores y la ausencia de posiciones (otra vez los argumentos). En #TíaMaría hay 4 actores (la empresa, la comunidad, el gobierno nacional y el gobierno regional) pero sobre la mesa solo existen dos puntos de vista redondos y cerrados.
El argumento de los políticos también presenta límites. Dicen que este conflicto debe resolverse desde la política ¡qué bacán! y sin embargo sus líderes carecen de discursos desde ese ángulo, al punto en que deben plegarse a los símbolos existentes. La mayoría de partidos y líderes, especialmente el Apra, el fujimorismo y la izquierda, muestran dificultades para escaparse de los libretos de las estrategias mediáticas que marcan la pauta para lo que fuese, tanto para la creación de un consenso a favor del Estado de Emergencia como para el pedido de suspensión del proyecto, un cambio de demanda operado en solo 48 horas.
No es justo que no sepamos qué hacer con el orden, el desorden o la pausa. Es demasiado. No habrá salida a este conflicto mientras no se recuperen los argumentos desde una perspectiva nueva y creíble. Sin esa nueva politización en el sentido más creador de la palabra, y muerta la visión plana de las cosas y su remedio casero tipo principio de autoridad sin principio de justicia, la suspensión de 60 días será seguida de otros 60, una aritmética liberadora que llevará el problema a un nuevo gobierno que tendrá que vérselas con el mismo pueblo.
Finalmente, debemos estar atentos a la autonomía de los proyectos y a cómo han superado sus marcas tradicionales. Por ejemplo, este es el momento estelar del anti-extractivismo, uno de los ejes seguros de la campaña electoral, forzando la definición de los candidatos. No perdamos de vista que #TíaMaría ha dividido al país pero ha unido al sur.
Al mismo tiempo, el neoliberalismo se ha reencontrado luego de la pérdida del consenso alrededor del crecimiento económico, asomando con fuerza su clásica campaña de estigmatización de los adversarios. A su factura se debe la guerrilla urbano/digital de las últimas semanas que los partidarios del proyecto minero parece que han ganado.

viernes, 19 de julio de 2013

La primavera chola

http://www.larepublica.pe/columnistas/la-mitadmasuno/la-primavera-chola-18-07-2013
La República
La mitadmasuno
19 de julio
Juan De la Puente
La crisis de la política y de las instituciones, que se procesaba en los salones del poder y en las portadas de los medios ha ganado la calle. Gracias a una desastrosa decisión del Congreso, se experimenta en pocos días un salto de calidad en la conciencia de la población; un pequeño sector lo ha hecho activamente, a pie, en las redes sociales y en el afán diario. Las cantidades no pueden ser importantes por ahora, pero desde 1997, cuando la sociedad civil se emancipó del fujimorismo, no se veía en las calles tanta distancia del pueblo con el poder.
Nótese que de por medio no se encuentra un conflicto social o demanda laboral, las circunstancias que han poblado las calles de reclamantes en la última década. La interpelación de estos días es política pura en estado sólido. Pero es más que eso; lo que se registra es la evolución inicial de la insatisfacción en indignación, un desarrollo de la tendencia advertida por varios estudios que dan cuenta desde el 2005 de la paradoja peruana de auge económico con descontento.
El inicio de una primavera peruana podría quedarse en un debut y despedida; tampoco tiene que ser necesariamente democrática o catalizada por la democracia en favor suyo. No obstante, a pesar de lo impredecible, su principal atributo es la autonomía respecto de la política cotidiana y de las formaciones partidarias. Su mérito consiste en un llamado serio a la reforma, ese desafío que el establishment subestimó con autosuficiencia. Es la convicción de un sector de la población de que la reforma política en el Perú ya no será con los partidos sino contra ellos.
Como en otras experiencias, el momento coincide con la pérdida del liderazgo político de personas e instituciones. Según el reporte de junio de la encuestadora GfK, tanto el liderazgo oficial como el opositor son desaprobados y en casi todos los casos, superan el 50%. En bloques generales, la población diferencia muy poco entre el papel del gobierno y de la oposición, y los cuestiona a ambos. Así, los rangos desaprobación/aprobación son cercanos entre el Congreso (76%/19%), el Poder Judicial (78%/18%) los ministros (69%/24%) y la oposición (56%/32%).
En la Argentina del 2001, el “que se vayan todos” era una demanda que alcanzaba al 70% de los encuestados. En el Perú del 2013, es probable que ese sentimiento le pertenezca ya a la mitad de la población y que los sucesos recientes eleven un poco más este índice. Es cierto, tal como sucedió en Argentina de esos años, que nada de esto garantiza una renovación del sistema político. Sin embargo, es un dato latente sobre el ingreso de la política a cuidados intensivos.
No sé si ello importará mucho a la política/antipolítica oficial del Perú de hoy. Por si no se sabía, desde el 2001 la política ha estado en piloto automático, más que la economía. El establishment operó bajo el argumento que no importa una mala política si se tiene una buena economía, retrasando cambios constitucionales básicos para el pacto social, estirando la tolerancia a la crisis de la administración de justicia, taponeando el reconocimiento de derechos y su universalización y barriendo debajo de la alfombra la corrupción, la crisis del Parlamento y el desguace de los partidos. Ahora mismo no les importa tanto si se tiene en cuenta el polémico acuerdo parlamentario de esta semana.
¿Está a tiempo el sistema político para evitar un “que se vayan todos”? Es muy probable, pero ello obligaría a los tomadores de decisión a renunciamientos y medidas ahora no prioritarias, como asumir una agenda reformista a pesar del veto de los poderes fácticos que se ilusionan con la eternidad de una democracia sin partidos; la recuperación del pulso de la sociedad sin anteojeras ideológicas; y la reanudación del dialogo social como una vía inigualable de relación con los gobernados. El primer paso debería ser el cese de la guerra política desatada hace cuatro meses.