Mostrando entradas con la etiqueta Fuerza Popular. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fuerza Popular. Mostrar todas las entradas

lunes, 5 de junio de 2017

Los invitados de piedra

http://larepublica.pe/impresa/opinion/879535-los-invitados-de-piedra
La República
La mitadmasuno
26 se mayo de 2017
Por Juan De la Puente
El premier Fernando Zavala ha emitido una declaración personal firme cuestionando las interpelaciones a los ministros que califica de obstrucción a la labor del Gobierno, responsabilizando a Fuerza Popular por esta ofensiva. El fujimorismo le ha contestado y entre ambos se llevará a cabo en los próximos días un intercambio de fuego que tendrá alguna promesa de paz, como ya sucedió en el pasado. Con esto concluirá otro microciclo de la política nacional y se iniciará otro.
Este episodio es distinto a los registrados en los últimos meses por lo menos por una razón: entre Fuerza Popular y el Gobierno han terminado de construir una relación compleja, a veces tirante y otras colaborativa, que hegemoniza el escenario echando de él al resto de grupos. Y lo han logrado con la colaboración de estos.
A diferencia de las otras tensiones –el caso del asesor Moreno y la censura de Jaime Saavedra– el fujimorismo ha mediatizado a Acción Popular y al Apra, y el oficialismo al Frente Amplio y a Alianza para el Progreso, incluso a pesar de que la interpelación a Martín Vizcarra fue trabajosamente labrada por AP. No se trata de alianzas formales o de sujeciones sino de la pérdida de personalidad y perfil propio.
La actual dinámica parlamentaria no depende del impulso de estas cuatro bancadas que –y eso es lo paradójico– concentran un elevado número de parlamentarios experimentados y destacados, sino de la ecuación establecida por los espacios que ocupan el antifujimorismo y el conservadurismo. Ellos subsumen todo.
¿Por qué estas bancadas no pueden exhibir un perfil propio? Este resultado no se debe a un déficit de fuerza, es decir, a los problemas internos de la mayoría de estos grupos, sino a un problema de agenda o, mejor dicho, a la falta de voluntad política para levantar estrategias y prácticas diferenciadas.
El parlamento carece de minorías heroicas o personalidades especiales capaces de construir desde un escaño una oferta política nacional porque el programa principal considera que la actividad fundamental en esta hora de la política es la contención, tanto de la ofensiva fujimorista como de la izquierda y sus aliados, rotulados como lo “caviar” por los sectores conservadores. El negocio de la contención es la inminencia, tanto del derribo del Gobierno por el fujimorismo como la imposición de la agenda izquierdista, de género, y contraria a la inversión.
La política de la inminencia ha empoderado al gobierno y al fujimorismo, y ha convertido al resto en invitados de piedra. Sostengo que esa política de la inminencia la mayoría de veces es exagerada y sobreactuada, y tiene un efecto paralizante en un sistema que necesita debatir y aprobar cambios de fondo para renovar la democracia. Curiosamente, esta parálisis es más visible en quienes le piden al Ejecutivo “hacer política”, lo que ellos tampoco hacen.
La principal víctima de la inminencia es el cambio. A diez meses del inicio de la legislatura nos hemos olvidado de la renegociación de los contratos del gas, del relanzamiento de la descentralización y de la reforma política, y nos movemos en el reino de la pequeña política, al punto que el grueso de los contenidos producidos en los últimos meses se deben a decretos legislativos por facultades delegadas. El último episodio de este contexto es la indiferencia de los dos partidos históricos del Congreso y del Frente Amplio ante la negativa de Fuerza Popular de dar paso a la reforma electoral.

Creo que hay vida más allá de la contención. Y esto pasa por desempolvar los programas electorales, transformarlos en iniciativas legislativas y en acción ciudadana fuera de la micropolítica. Por ejemplo, una cosa es el pequeño debate sobre la reelección de los alcaldes y gobernadores regionales y otra la rendición de cuentas y el relanzamiento de la descentralización; o una cosa son las acusaciones a Ollanta Humala sobre Madre Mía y otra la reapertura de las indagaciones sobre las violaciones de los DDHH en el Alto Huallaga en las décadas de los ochenta y noventa.

sábado, 29 de abril de 2017

Democracia polarizada y descosida

http://larepublica.pe/impresa/opinion/862813-democracia-polarizada-y-descosida
La República
La mitadmasuno
7 de abril de 2017
Juan De la Puente
El gobierno ha encontrado un nuevo aire ayudado por su desempeño en los momentos más agudos del Niño Costero, que la opinión pública juzga aceptable, y por un descentramiento de la agenda pública previa a los desastres naturales. Los huaycos también se han llevado la interpelación a Martín Vizcarra y han liberado la presión sobre un gabinete que se defendía a veces contra las cuerdas.
Es impredecible precisar hasta dónde se extenderá esta etapa. Por los antecedentes de los últimos años, lo que tendremos quizás sea una sucesión de micro-ciclos dominados por asuntos de corto plazo, el espacio donde el gobierno ha aprendido a jugar, a veces ayudado por los medios y por el antifujimorismo.
En ese juego de corto plazo, salvo los coletazos del Niño Costero o un disparo a los pies por parte del gobierno, las coyunturas serán otra vez tomadas por los casos de la corrupción brasileña a la espera del 1º de junio, fecha del juicio final, cuando se supone se harán públicas las delaciones premiadas que comprometen, se afirma, a decenas de peruanos.
El gobierno y el fujimorismo no ejercen un cogobierno pero se han hecho enemigos íntimos en el manejo del corto plazo; han aprendido a anudarse y desenredarse en él sosteniendo una cooperación en materia económica y una tensión intermitente en lo político, marcada por la retórica. Esta relación de memoria es alterada en ocasiones por las acusaciones sobre la falta de competencias personales del Presidente de la República, pero ha administrado a gusto de ambos todos sus posconflictos: el de la delegación de facultades, el caso Moreno y la censura a Saavedra.
No sabemos si el gobierno intentará jugar estrategias de mediano plazo a propósito de la corrupción y la reconstrucción. Lo primero es una promesa que data de hace meses y lo segundo quizás obligue a una nueva delegación de facultades. El fujimorismo en cambio sí se ha decidido por salir de la coyuntura y pugnar por una estrategia que no pasa necesariamente por el gobierno sino por su futuro político.
Ese es el sentido del proyecto de ley sobre la prohibición de que los sentenciados por corrupción dirijan medios, operado bajo el argumento conocido de que Fuerza Popular perdió las elecciones del 2016 por causa de las denuncias periodísticas, al que parece seguirá otra norma, la de la propiedad cruzada, aplicada también a los medios de comunicación, todo ello orientado a garantizar mejores resultados electorales.
En esa línea parece ubicarse la incomprensible propuesta de derogar el D. Legislativo Nº 1323 que fortalece la lucha contra la comunidad LGTB y el feminicidio. Los argumentos legales, de que la identidad de género no fue materia de la delegación de facultades, resumen un mar de fondo: la relación política con el vasto sector conservador contrario a la igualdad de género que ya enseñó sus músculos en la marcha Con mis hijos no te metas, en marzo pasado.
Las idas y venidas del proyecto sobre los medios, y la oposición de miembros de Fuerza Popular a la derogatoria del D. Leg. 1323 reflejan que esta estrategia está en construcción y sometida a las tensiones de un movimiento que opera con facilidad en los sectores populares pero que enfrenta dificultades para relacionarse con las clases medias y altas y avanzar en ellas.
Esa estrategia enfrenta un dilema más allá del juego gobierno-oposición. Una entrega completa del fujimorismo a la ultraderecha peruana para evitar que por ese costado irrumpa una candidatura sugerente deja abiertos otros flancos que pretendía ocupar Fuerza Popular y tensiona el debate de los derechos en la democracia. La idea de que se puede legislar contra las minorías porque son eso –minorías– es absurda si por encima de los porcentajes se polariza al sistema, no romperlo pero sí descoserlo. Habría que revisar los resultados de los tres últimos procesos electorales: las elecciones de los años 2006 y 2016 demostraron que fracasan los que polarizan la democracia, y las del 2011 que es decisiva la formación de alianzas sociales abiertas y plurales.

jueves, 29 de diciembre de 2016

La bala de plata

http://larepublica.pe/impresa/opinion/826965-la-bala-de-plata
La Republica
La mitadmasuno
2 de diciembre 2016
Juan De la Puente
No me encuentro entre quienes sugieren que el Gobierno haga cuestión de confianza por la permanencia del ministro de Educación y que esta sea el inicio de la disolución del Congreso y la convocatoria a nuevas elecciones congresales.
Desde el ámbito constitucional, no creo que sea suficiente solicitar la cuestión de confianza para que se echen a andar los nuevos comicios parlamentarios. En nuestro modelo de distribución de poderes el Parlamento tiene la potestad de aprobar la confianza del gabinete y al mismo tiempo continuar con la interpelación/censura de cualquiera de sus miembros, por una razón legal: censura y confianza son dos instituciones distintas que nacen de modo distinto y a cargo de poderes distintos. Los objetivos son también diferentes; la censura es un golpe al gobierno desde la oposición en tanto que la cuestión de confianza es un intento de este recuperar iniciativa política y de buscar alianzas para gobernar.
Algunas cuestiones de procedimiento constitucional también deben ser abordadas. Salvo que el premier Zavala decidiese someter solo su cargo a la confianza, el pedido al Congreso debe ser aprobado por el gabinete. De negarse la confianza deberá resolverse si la renuncia del gabinete obligaría al Presidente de la República a cambiar a todo el Consejo de Ministros. Eso no sucedió luego de la censura de Ana Jara en marzo del 2015 porque solo ella fue objeto de interpelación.
En el ámbito político, un juego en las alturas de ese volumen implicaría un bloqueo que ahora, precisamente, es necesario evitar. Creo que los cuatro meses de gobernabilidad compartida –o convivencia forzada o consenso a palos– no es un regalo del gobierno o de la oposición a los peruanos sino esencialmente una demanda que desde el primer día vino desde la sociedad, y es ella la que ha impulsado tanto la investidura del gabinete en agosto como la concesión de facultades en setiembre.
Es cierto que la demanda social de cooperación entre los poderes ha caído en las encuestas pero no estoy seguro de que los ciudadanos reclamen la derrota de uno de ellos en manos del otro. La bala de plata de la cuestión de confianza no debería ser usada por un gobierno que no está en crisis, que tiene el 50% de aprobación y que conserva un alto grado de maniobra.
Por esa razón, que el Presidente de la República se prive ahora por su propia mano del gabinete Zavala para designar luego un gabinete instrumental o “de provocación” pensando que las nuevas elecciones las ganará el Gobierno y no el fujimorismo, es una opción extremadamente incierta. Presume la convicción de una crisis generalizada en los dos poderes y de una extrema debilidad del Gobierno, que no es cierta.
El problema central detectado en el primer tramo del gobierno –leer todas las encuestas desde setiembre– no es cómo se entiende con un Parlamento que hasta ahora la ha proveído de estabilidad general, sino de cómo se entiende con la gente. Creo que el principal desafío del Gobierno no es la confianza del Congreso sino la confianza y legitimidad social, una carencia común a todos los grupos parlamentarios y a la elite política del país.
Si no se coloca como el eje de la gobernabilidad la relación del poder con los ciudadanos caemos en el error estratégico de considerar que el principal desafío del Ejecutivo es derrotar al fujimorismo y viceversa. De allí deviene la idea a mi juicio extrema de considerar que Fuerza Popular está “copando” el Estado, palabra gruesa y muy generalizable, una agregación voluminosa e inentendible en el caso de un grupo político que ha demostrado que no quiere compartir el poder sino ganar las elecciones del 2021.
Finalmente, es riesgoso que el Gobierno se aventure a practicar un procedimiento alquimista que nos traiga de vuelta la guerra política del período 2013-2016. De esa guerra, a solo 4 meses de período gubernamental y parlamentario, solo podría venir un “que se vayan todos” para lo que no están preparados ni los que se pueden ir, ni los que pueden venir.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Todos cumplimos 100 días

http://larepublica.pe/impresa/opinion/818221-todos-cumplimos-100-días
La República
La mitadmasuno
4 de noviembre de 2016
Juan De la Puente
El gobierno de PPK cumple 100 días en funciones y el balance es profuso en números, críticas y reconocimientos. El interés es tal que el Gobierno publicó un resumen de los 100 días a los 90, en tanto que la prensa ha “matriciado” sectores y actores, buenos y malos. Si se añade a los opositores y defensores con argumentos básicos, ya tenemos el balance del primer tramo del Gobierno.
Las cosas no parecen ser tan fáciles esta vez. Algunos análisis planos dibujan un escenario convencional que obvia el carácter excepcional de nuestra gobernabilidad desde el 28 de julio, preñado de una dualidad que asoma. Estos análisis incurren a mi juicio en por los menos tres errores: 1) pretenden segmentar la opinión pública asumiendo que sucesos importantes –como los casos Moreno o Vilcatoma, por citar dos ejemplos– impactan solo en un sector político o institución; 2) asumen un escenario tradicional de la competencia política donde la desafección al poder es una cuenta nueva, sin pasado (“Que cosa fuera la maza sin cantera, un servidor del pasado en copa nueva”/La Maza, 1979), explicado solo por los errores o incumplimiento de ofertas electorales; y 3) establecen patrones “anti” para guiar los resultados: todo sucede porque PPK se “fujimorizó”, el fujimorismo no cambió, el gobierno se corrió a la derecha, o fue abandonado por los “caviares” que lo respaldaron en la segunda vuelta.
Quizás por ello, este balance prefijado obvie el reconocimiento del primer y principal fenómeno de los 100 días, la gobernabilidad compartida entre el Gobierno y el Congreso, trabajosa y contradictoria, cuyos aciertos incuban no obstante sombras para el sistema. En lo positivo, esta gobernabilidad ha impedido una colisión de poderes y ha moderado a ambos, permitiendo el voto de confianza al Gabinete Zavala y la delegación de facultades.
No estaba en las previsiones la irrupción temprana de eventos críticos como el caso Moreno, los problemas de los grupos parlamentarios y la designación de dos miembros del BCR, respondidos por la sociedad desde la calle. Los poderes han encontrado que el límite a su moderación lo colocan los mismos ciudadanos que les impusieron la cooperación. Las crisis surgidas trasvasan sus efectos y ese contagio lo ponen en blanco y negro las dos últimas encuestas, IPSOS y GfK.
El análisis plano se invalida por un hecho simple: siendo el Gobierno el principal objeto del balance –y en realidad debe serlo– los ciudadanos castigan con la desafección a todos. Esto demuestra que la memoria electoral no se ha disipado, que el país no ha terminado de voltear la página como varios lo creíamos y que por encima de las buenas cosas que se han hecho en estos 100 días, y que son más que los errores de ambos poderes, reemerge el rechazo a la política y su signo central, la desconfianza. Ese es el segundo elemento de los 100 días, la desconfianza.
Todos cumplimos 100 días. Al terminar la instalación del nuevo poder se abre un diálogo tenso entre gobernabilidad y desconfianza. El primero de estos elementos es contestado por la sociedad en su atisbo de moderación.
Las Bambas (Apurímac) y Saramurillo (Loreto), y las decisiones públicas como la designación de Carlos Moreno o de Chimpler/Rey, o la liberación de las bandas criminales, entran a un solo saco y la reacción natural de los poderes es salir de la moderación para evitar el contagio. Así se entiende la renuencia del Congreso a asistir al llamado de PPK al Consejo de Estado.
El principal error de los 100 días y que ignora el balance convencional de crítica/apoyo al Gobierno, no es la moderación sino la subestimación de la sociedad en la mesa de la gobernabilidad a la que ha sido llamada pocas veces y solo cuando bloquea carreteras y ríos.
La dualidad de poderes que se abre paso, con un Congreso que profundiza el control de un Gobierno que se debilita, no parece ser la única solución a este diálogo tenso entre la gobernabilidad y la desconfianza. La salvación no depende de la confrontación de poderes que empujan la opción “anti” sino de tomar en cuenta a la tercera mitad, la sociedad.

viernes, 16 de septiembre de 2016

Vilcatoma, toma, toma. Lo que mal empieza...

Por Juan De la Puente
Comparto cinco tips sobre el caso Vilcatoma, el fujimorismo, la lucha anticorrupción y los medios.
1.- Lo que mal empieza mal acaba. La renuncia de Yeni Vilcatoma a Fuerza Popular es un punto de llegada del fujimorismo. Refleja los límites de la estrategia de formación de una fuerza política prescindiendo de cualquier institucionalidad y basada en cambio  en la cooptación de líderes arriba y abajo, sin identidades o vínculos partidarios (y ahora se aprecia sin lealtades) y que se auto-representan. Si nos atenemos a la clasificación de Mauricio Zavaleta, la renuncia de Vilcatoma impacta el modelo de coalición de independientes relativamente institucionalizada por la que se decantó Fuerza Popular, prescindiendo exprofesamente de casi todos los antiguos cuadros fujimoristas y empoderando a otros por razones menos orgánicas y más externas. Con esta renuncia se diluyen también los últimos ecos del aggiornamento emprendido por Keiko Fujimori.
2.- Fuerza Popular no es una bancada cohesionada. El fujimorismo sufre un traspié víctima de sus propios esquemas. Pretendió construir una representación política post fujimorista relativizando la militancia creyendo que más importante era la pertenencia. Aún recuerdo a algunos politólogos  asegurar que Fuerza Popular era un gran aparato partidario y por lo mismo una bancada muy organizada. Seguirá siendo junto al Apra la más cohesionada del Congreso pero ahora se hace evidente que los incentivos para la unidad no son tan macizos como para sobreponerse decisivamente a otras constantes: 1) a los poderes fácticos que han penetrado algunas agendas individuales (véase el proyecto de debilitar la consulta previa, por ejemplo); 2) a las agendas locales/regionales que no han desaparecido de la acción política de por lo menos una treintena de legisladores con vínculos propios en sus lugares de origen; y 3) a la falta de cohesión programática que se hizo visible en las primeras semanas del Congreso y que proyecta la imagen de la evaporación del proyecto político presentado en las elecciones de este año.
3.- Existe un problema estructural en la representación parlamentaria. Se aprecia esto ahora como un problema más acusado en Fuerza Popular pero común a todos los grupos parlamentarios. No puede haber institucionalidad arriba (en el Congreso) si tampoco existe abajo. De hecho, en gran parte del país se han desactivado los comités y grupos movilizados durante la campaña. Algunos análisis podrían señalar que este resultado es normal si se recuerda que los partidos peruanos son vehículos electorales convertibles a los que luego de las elecciones se les vuelve a subir el capote. Sin embargo, eso no puede suceder sin consecuencias con el grupo que obtuvo el 50% de votos en la segunda vuelta electoral y el 40% en la primera,  aun más en el contexto de una sociedad movilizada o re-movilizada, con fuerte vocación de autonomía. La pregunta que surge es si será suficiente para un partido –de derecha o izquierda- practicar sólo una política parlamentaria y prescindir de cualquier dinámica extraparlamentaria.
4.- Vilcatoma no es la expresión de una nueva política superior. Vilcatoma parece ser la única que gana en este lance porque proyecta una imagen más nítida de su compromiso contra la corrupción. Eso salta a la vista desde un punto de apreciación básico y desprevenido, especialmente si se analiza los movimientos de las personas y no sus dinámicas. Vilcatoma es al mismo tiempo la más acabada expresión de la anti política en un grupo anti político, y en términos ontológicos es más fujimorista que el grupo que acaba de dejar. Es probable que esto no lo entiendan los Vilcalovers, pero no puede ser adoptada como un ejemplo de la nueva política ética quien intentó postular por el Frente Amplio, luego por PPK y finalmente lo hizo por el fujimorismo, cubriendo las crítica al pasado fujimorista con el expediente de “no me  consta”. Si alguien relativiza este comportamiento solo porque ahora Fuerza Popular se perjudica con esta novela, tendrá que recordar esto más adelante.
5.- La prensa construye sus actores políticos propios. Vilcatoma es antes y aún más ahora, una creatura de la prensa del mismo modo en que Julio Guzmán fue el bebé probeta exitoso de las redes sociales. En el desarrollo de uno de los casos contra el gobierno de Humala apareció Vilcatoma como una figura ad hoc para la narrativa anti corrupción de los medios, particularmente de aquellos medios a los que les interesa los corruptos pero no mucho los sistemas corruptos y todos los casos de corrupción incluyendo la privada. Vilcatoma es para estos efectos una figura por ahora inacabable y puede sintetizar más que ningún político una épica anticorrupción que busca el país afanosamente, como en un momento muy corto representó Daniel Urresti la épica de la seguridad ciudadana. En un sistema político sin instituciones y sin políticos, con los medios amasando identidades, ella tiene un gran futuro por delante. No sé cuánto ni por cuanto tiempo.

Puede encontrar más información de esta nota en: https://juandelapuente.com/vilcatoma-toma-toma-lo-que-mal-empieza/

miércoles, 3 de agosto de 2016

¡Humala vive! y la nueva/vieja política

Por Juan De la Puente
Uno. No he votado por esto y creo, mirando las encuestas, que la mayoría de peruanos tampoco. Hemos votado por nuevos poderes y por una representación que rompa con el clima de guerra política de los últimos tres años y no para que este escenario se prolongue.
El país se está quedando sin macropolítica. La micropolitica gana la batalla. Se han instalado pequeños ciclos de poca trascendencia que evita o reemplaza la discusión sobre las grandes líneas del próximo quinquenio. La inédita gobernabilidad a la que hemos ingresado se está escribiendo en borrador y no en limpio.
Estamos ante la política de los gestos, con una oposición de gestos frente a un gobierno de gestos. El primer resultado es que las relaciones Ejecutivo -Legislativo se han despolitizado. Es la política en estado gaseoso y bruto al mismo tiempo que se caracteriza porque en todos los sectores, a excepción del Apra, hay más voces que voceros.
El partido ha empezado, los jugadores están en la cancha pero tiran los balones a las tribunas y los que más gozan son los medios que ayudan a que el escenario se parezca a Esto es Guerra. Es una pena, pero salvo excepciones no se aprecia una narrativa democrática e institucional desde los medios sino poca agenda y solo un ping pong de mala calidad. La micropolitica también ha tomado los medios.
El gabinete que preside Fernando Zavala irá a la investidura en medio de la primera crisis Gobierno-Fujimorismo que no han logrado cerrar las disculpas del premier y la aceptación de ella por parte de Fuerza Popular. El resto de grupos corren el riesgo de quedar atrapados en esta polarización y si ahora no levantan una policía propia –no solo gestos sino política y movimiento- en dos o tres mesas se habrán diluido un tanto en la escena.
Dos. El Gobierno y el Congreso se han debilitado en las dos últimas semanas.
Hay mucho continuismo en ambos lados. Una minoría de actores en todos los ángulos del escenario pugna por avanzar a lo sustantivo pero el fantasma de la guerra del período humalista planea sobre todo.
El fujimorismo hace una oposición adelantada y de memoria ante un gobierno que le ha hecho  algunos tributos, como la composición misma del gabinete. Fuerza Popular no encuentra su sitio en el escenario y aún no ha calibrado la intensidad de su oposición. A una bancada tan numerosa le está costando llevar las dos banderas al mismo tiempo, la del Congreso que dirige y la de la oposición a pesar de los esfuerzos de Luz Salgado y de alguno que otro vocero, como Daniel Salaverry.
El gobierno ha tenido una entrada jubilosa con un tono político nuevo. A ese tono le falta el discurso de un gabinete que demora en armarse como equipo. La cuota política la está poniendo la bancada estableciendo una distribución de roles muy parecida a la que operó en el último año de Humala.
Tres. El mensaje de PPK ha significado un giro hacia el centro en lo político y social, con vacíos en lo económico, seguridad y reformas institucionales. Fue un discurso pensadamente moderado al que el presidente le sustrajo los temas sensibles como seguridad, reforma política y reactivación para evitar roces de entrada con Fuerza Popular.
El mensaje de PPK tuvo una narrativa democrático liberal en lo político que el gabinete tendrá que hilvanar con lo económico productivo. No será sencillo; veo un gabinete sobrecargado de tareas. Particularmente no creía que PPK iba a delegar tanto. Luego de un mensaje tan conciso el gabinete tiene casi todo por explicar.
Cuatro. PPK está ingresando a una encrucijada: o termina de dar el giro al centro y se “paniaguiza” con el respaldo de la sociedad o entra por el aro de una colaboración forzada que se le demanda desde el mercado y la intelectualidad conservadora, una cohabitación fría que permita un alto consenso económico con el fujimorismo dejando que este haga su juego de oposición política. Curiosamente, es el fujimorismo el que más se resiste a esta presión aunque es probable que la segunda opción de la encrucijada se concrete.

sábado, 23 de julio de 2016

Parlamento, majestad y borrasca. Orden y calidad.

Por Juan De la Puente
Concuerdo con que los sucesos durante la juramentación de los congresistas 2016-2021 opacaron un tanto la solemnidad del inicio de sus funciones y, como dice mi amigo Jorge Bruce, debió respetarse la majestuosidad del Congreso. Dicho esto, históricamente el Parlamento se ha movido entre esta majestuosidad y la borrasca en una relación en que han sido más solemnes los congresos de las etapas menos críticas o más monocordes; y, al revés, fueron menos “majestuosos” los parlamentos más polarizados.
Esto se explica desde la teoría de la representación, una de cuyas constantes son las convenciones constitucionales, tanto en el modelo clásico británico de la supremacía parlamentaria (en ese caso el Parlamento sí es “soberano”, en nuestro caso no) como en los sistemas presidenciales. De acuerdo a estas convenciones, el Congreso no solo acuerda (leyes), sino que realiza una función ininterrumpida: debate, acuerda, controle; y vuelve a debatir, acordar y controlar. Esta convención hace del Legislativo una institución compleja, dividida e inestable por naturaleza.
El acto reciente indica que tendremos un Parlamento con una mayoría arrolladora (Fuerza Popular) y una minoría activa (Frente Amplio). En ese sentido se parecerá al Congreso 1995-2000 más que a cualquier otro de los que tuvimos entre los años 2001 y 2016.
Si algún grupo debe evitar que se repita esa experiencia, es el fujimorismo, porque el acto de juramentación del 22 de julio anuncia los emplazamientos: la mayoría poco tolerante usando el número para aplastar a la minoría –ejemplificados por las rechiflas a Marisa Glave e Indira Huilca- y una minoría que pugna por su derecho a ejercer la representación. Esa película ya la vimos.
En la juramentación se ha evidenciado también que las respuestas del fujimorismo al Frente Amplio es asociar a esta con el terrorismo, otra reacción propia de los noventa. Hace días fue un punto de vista de Héctor Becerril pero parece que hay un contagio en marcha de esta posición equivocada, aunque en el fujimorismo se aprecian dos posiciones, un comportamiento más tolerante con las otras bancadas y un núcleo radical.
En ese contexto, es relativa la llamada majestuosidad del Congreso y adquiere más importancia la tolerancia y el sentido liberal de la competencia política. En la Asamblea Constituyente de 1978 hubo al mismo tiempo borrasca y contenido y un ningún momento se le ocurrió a VR Haya de la Torres o a Luis Bedoya Reyes disciplinar a la izquierda para mantener el orden.
Me parece legítimo que los parlamentarios juren por el indulto a Fujimori, por Haya, Belaunde, por su madre, por lo animales o por los padres de la patria. Si a alguno la parece que eso es un error debería recordar los tres principios básicos e históricos de la representación parlamentaria: 1) los diputados representan a todo el pueblo; 2) Los diputados no están sujetos a mandato imperativo; y 3) La elección debe realizarse periódicamente. Estos tres principios fueron acogidos a los nuevos parlamentos representativos de los siglos XIX y XX.
Siendo el juramento un acto político no entiendo porque impedirle a los legisladores expresar sus ideas así no estemos de acuerdo. El problema es otro y consiste en que el Congreso peruano ha restringido el espacio para el debate de modo que los legisladores deben encontrar otros espacios para este intercambio: la prensa, el acto público, las comisiones y las redes sociales.
Al Congreso no le falta orden sino calidad. Algunos medios señalan que fue un estadio y si es así me pregunto si el problema no serán también las reglas de juego. El anterior Reglamento era pro debate y el actual anti debate.
La otra reflexión que me motiva la bronca de la reciente juramentación es el de los contenidos. Una cosa es un Parlamento borrascoso con contenidos y otra sin temas de fondo. Este es un desafío para todos, incluyendo el Frente Amplio porque es preciso recordar que el Congreso es un espacio democrático donde la carne tiene hueso y donde hay que pactar pero también acordar. En este punto queda claro que vamos hacia tres dualidades: PPK tendrá dos oposiciones firmes (FP y el FA); la izquierda hará igualmente dos oposiciones (a PPK y a FP); en tanto el Fuerza Popular puede quedar jaqueado por una presión del Ejecutivo y una interna. En esto es también inédita la ruta que empezamos a recorrer. ¿Es un todos contra todos? Por ahora no, es un varios contra varios.

viernes, 15 de julio de 2016

Políticos, tecnócratas y tecnopolíticos

http://larepublica.pe/impresa/opinion/785656-politicos-tecnocratas-y-tecnopoliticos
La República
La mitadmasumo
15 de julio de 2016
Juan De la Puente
La posibilidad de un gabinete con varios economistas ha disparado la alarma respecto de la necesidad de empoderar en el gobierno a políticos más que a técnicos. Se reproduce así el debate abierto hace un cuarto de siglo cuando Alberto Fujimori diseñó un gobierno con mayoría de independientes que eran, al mismo tiempo, tecnócratas.
No podemos quedarnos en esa discusión porque desde entonces los políticos son menos políticos y los tecnócratas menos técnicos. Los primeros escasean, se atrincheran en los partidos llamados tradicionales que tuvieron poco éxito en las elecciones del 10 de abril, y su existencia está amenazada tanto por reglas de juego que hacen del dinero el elemento decisivo de la formación de la representación, como por la falta de renovación partidaria. Un dato podría servir para ilustrar el caso: Fuerza Popular, PPK y el Frente Amplio concentraron el 80% de votos en las elecciones de abril; en conjunto estos tres grupos tienen 15 mil militantes, pero les ganaron a partidos que juntos superan fácilmente el millón de militantes.
Los tecnócratas han evolucionado. Un profesional con algunos años en el Estado en un puesto de responsabilidad, ya es un tecnopolítico, practica los ritos del poder dentro del gobierno y fuera de él ha sabido acercarse a los proyectos partidarios. Así, lo central en las comisiones de plan de gobierno de los grupos que compitieron en las últimas elecciones fue la “importación” de especialistas, una realidad especialmente apreciable en las áreas de economía, seguridad, políticas sociales, energía y ambiente.
La cancha de la política es ahora más precaria pero más grande y con más actores que compiten con éxito con los políticos “clásicos”. Esta realidad desborda las clasificaciones teóricas igualmente clásicas que separan políticos de técnicos. Fuera de los “puros”, tenemos políticos cooptados para cada elección; políticos sociales-demandantes, activos en la base del sistema; políticos intelectuales-reflexivos que en el esquema de Antonio Gramsci serían los intelectuales no orgánicos, y los tecnócratas-hacedores, que son los tecnopolíticos.
Estos últimos gobernarán desde el 28 de julio y PPK es su emblema; él es una especie de padre de la tecnocracia peruana que ha evolucionado a tecnopolítica y que ha llegado a la presidencia con audacia y suerte, usando como vía una especie de alianza público-privada, un grupo que más que una facción, es una ecuación.
Dicho esto, es cierto que el próximo período demandará cualidades especiales a los líderes del gobierno, entre ellas tratar con un Congreso mayoritariamente opositor y una sociedad demandante de derechos. No creo sin embargo que estas habilidades requeridas sean las de los llamados “operadores políticos”, término llegado de Argentina y que designa a quien actúa por encargo, no es elegido, trabaja en las sombras y ejerce el toma y daca con discreción.
Considerando las demandas acumuladas, no necesitamos esa forma de hacer la política sino una gestión de acuerdos en público. Al nuevo gobierno no se le debería pedir maña sino transparencia. Por lo mismo, aparece como una primera gran omisión que PPK no realizara el llamado a un acuerdo explícito y preciso sobre tres o cuatro grandes temas de la agenda pública y prefiera jugar exclusivamente en la cancha del Congreso.
El desafío para los economistas en el gobierno, y por supuesto no solo para ellos, es ponerle fin al piloto automático de la economía y reconciliar un nuevo ciclo de crecimiento con la vigencia de instituciones reformadas y eficaces. Es un desafío paradójico que se le impone a un conjunto de especialistas que, precisamente, sostuvieron lo contrario los últimos 16 años, aunque también es cierto que los políticos al frente de gobiernos y gabinetes no han cumplido esa tarea durante tres gobiernos constitucionales. Será como poner a los militares a desmilitarizar, una función que en algunas experiencias de la región ha sido cumplida a cabalidad y en otras no.

Profecías sobre el Congreso y el Gobierno

http://larepublica.pe/impresa/opinion/783689-profecias-sobre-el-congreso-y-el-gobierno
La República
La mitadmasuno
8 de julio de 2016
Juan De la Puente
El venidero gobierno de PPK ya es objeto de análisis en posición adelantada con juicios muy debatibles sustentados en sentidos comunes que merecerían más rigurosidad y método. Dos de estas profecías que deberían ser revisadas son:
1.- El Parlamento bloqueará al Gobierno. Esta aseveración se basa en la supuesta existencia del Check and Balances en nuestro modelo político, capaz de inmovilizar a uno de los poderes. La verdad es que tenemos separación de poderes, pero sobre este no opera un sistema puro de frenos y contrapesos, una realidad en la mayoría de países de la región. Desaparecido el bicameralismo, el equilibrio y el contrapoder se han deteriorado y lo que existe es un modelo de colaboración forzada de ambos poderes en el que siempre es posible una política agresiva, pero no durante todo el tiempo y en todo, como lo demuestran los períodos 2004-2005 (Ántero Flores) y 2015-2016 (Luis Iberico).
En nuestro modelo, el poder de veto del Presidente es muy moderado, al punto que solo la mitad más uno de congresistas puede validar una norma observada por el Jefe de Estado (Ley del retiro del 95% de AFP, por ejemplo). Al mismo tiempo, el Congreso debe aprobar el presupuesto enviado por el Gobierno so pena de que se ejecute el proyecto del Ejecutivo, el mismo que también tiene a la mano los Decretos de Urgencia. Luego, es muy limitado el número de censuras de gabinetes –dos– como condición para su disolución, y aunque el Congreso inventó el voto ámbar, que deja en el aire la investidura del gabinete, no puede abusar de este mecanismo “trucho”.
Quedan otros mecanismos de control político. El más frecuente es el control posterior; otras formas más letales como la interpelación y censura de ministros (control punitivo) y el control de los actos en el momento de su ejecución (control concurrente) no son frecuentes.
2.- El fujimorismo puede gobernar desde el Parlamento. Eso es imposible en términos positivos salvo que se arribe a un acuerdo bipartito expreso de Gobierno. Sí debe reconocerse que los congresos con mayoría opositora tienen la capacidad negativa de influir en la formación del Gobierno como de hecho sucede con la designación del primer gabinete de PPK, en el que se está cuidando de presentar ministros muy enfrentados a Fuerza Popular.
El asunto de fondo es la representación. El Presidente es elegido en segunda vuelta y el Congreso en la primera; ello define dos tipos de representación: la del Presidente, más plural y de intereses más integrados, y la del Parlamento, más directa respecto de intereses específicos.
Esto no impide que el Congreso apruebe las normas que considere y en el número que crea conveniente, aunque también es cierto que un exceso de leyes “muy propias” contrarias al Gobierno terminaría perjudicando a los dos poderes habida cuenta que ambos, y no solo el Gobierno, son débiles. A pesar de ello, la ejecución de un programa parlamentario propio y adverso al Ejecutivo siempre es posible, pero de modo limitado.
La verdad es que nuestro Congreso está hecho para colaborar y el rediseño que de él hizo el fujimorismo en la Constitución de 1993 eleva el costo político de una dictadura parlamentaria o la conversión del Gobierno en un protectorado del Congreso.
Nuestro modelo se acerca más al indirizzo político, el sistema italiano extendido en parte de Europa que consiste en confiar la dirección política del quehacer público al impulso del Ejecutivo, un sistema que en nuestro caso obligó a coaliciones de Gobierno tácitas o expresas en los casos de Toledo, García y Humala.
El fujimorismo usará obviamente la regla de mayoría contra el Gobierno y su oposición interna, pero este uso tendrá que ser extremadamente limitado; lo que podría salir de ese proceso, por lo menos en su primera etapa, son dos poderes moderados cuyos problemas estarán sobre todo en la calle. En pocos meses, el Congreso y el Gobierno quizás tengan el mismo problema de legitimidad social si no se atreven a las grandes reformas.