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sábado, 16 de diciembre de 2017

Corrupción, el espejismo brasileño

La República
La mitadmasuno
24 de noviembre de 2017
Juan De la Puente
La lucha contra la corrupción ha entregado resultados en las últimas semanas. La información y las diligencias recientes representan un pequeño impulso del sistema de justicia hacia arriba y hacia adelante, suficientes para transformar el Lava Jato peruano en un proceso contra la clase política nacional, el resultado más significativo que emerge del balance del primer aniversario del estallido de la corrupción brasileña en el Perú.
Este rasgo del proceso es igual al registrado en Brasil, aunque otras similitudes escasean. El curso que ha tomado el proceso peruano indica la fortaleza del sistema para evitar grietas en sus muros de contención y, al mismo tiempo, soslayar los cambios. Increíble giro para una corrupción subsidiaria, considerando que el volumen de las denuncias hacía suponer procesos menos controversiales, pero con mayor efecto político. Al revés, lo que tenemos son menos consecuencias y más impugnación de las decisiones judiciales.
A estas alturas, Brasil es quizás un espejismo. A diferencia de nuestros vecinos, aquí no se ha producido un pacto de impunidad entre los políticos, sino que cada sector de la elite gobernante ha cavado su propia trinchera que opera con sus propias reglas, la más importante de las cuales es la denuncia y acción solo contra los adversarios, en tanto se protege a los partidarios. En el tablero general escasean los actores públicos que apoyan resueltamente la acción de la justicia. Como consecuencia, el Perú carece de una movilización social contra la corrupción, una ausencia que deja literalmente aislados a la Fiscalía y al Poder Judicial.
Desde que estalló la crisis no hemos visto a la sociedad civil en acción, de modo que, a diferencia de Brasil, no hubo aquí una transición anticorrupción. Modestamente, solo se aprecia un vacío institucional y social, un cuadro poco dinámico que evidencia la ausencia de liderazgo y de las grandes ideas para la reforma en favor de la transparencia, o por lo menos una discusión activa. La revisión de las agendas de los centros de pensamiento nacional muestra la falta de centralidad de la corrupción.
Por esa razón, a un año del estallido del Lava Jato peruano, el segundo rasgo de nuestro proceso es la falta de alternativa; contra los deseos de entonces, esa explosión no se ha transformado en un juicio resuelto contra el modelo de democracia sin cambios del ciclo 2001-2016. Al perderse el instante revolucionario que implicó las revelaciones de diciembre del año pasado, lo que se ha impuesto es un “que se vayan todos” en código pasivo.
Hemos pedido la oportunidad de una épica nacional anticorrupción. En cambio, las que relumbran son las guerras civiles entre “tu corrupción y la mía”. Esas guerras no han logrado alinear favor de algún bando a la opinión pública, la que se muestra mayoritariamente dispuesta a no creerle a nadie y a reclamar castigo para todos.
Entre los tres posibles desenlaces advertidos hace un año: el democrático-reformista que ataje la impunidad, sustituya al liderazgo y reforme las instituciones; el populista-penalista que sancione a medias a los responsables y que deje pasar la oportunidad de cambio; y el conservador-legalista que deje todo en manos de jueces y fiscales, a quienes luego responsabilizar; se ha impuesto el tercero, con un ligero cambio: la hostilidad ahora hacia la fiscalía y probablemente más adelante hacia los jueces.

No habría que descartar otros dos asuntos que atañen al proceso. El primero, que el sistema derrote este pequeño esfuerzo en favor de la transparencia pública, una tendencia que convive con los avances registrados cada cierto tiempo. La batalla por la colaboración eficaz es quizás la clave de la que depende el éxito o el fracaso de la lucha contra la corrupción, algo que en Brasil no estuvo en debate desde el inicio del Lava Jato. El segundo, la vigencia de los políticos y los partidos cuestionados; en eso sí Brasil nos enseña el camino; Lula, el más cuestionado de los líderes, encabeza las preferencias electorales.

lunes, 31 de julio de 2017

Lava Jato, como perder la batalla

La República
La mitadmasuno
9 de junio de 2017
Juan De la Puente

Solo hay una cosa más terrible que una
batalla ganada, y es una batalla perdida.
Chales de Gaulle.

El Perú ha empezado a perder la batalla de Lava Jato y de otros casos que colocan en entredicho la transparencia pública. A seis meses de la primera explosión del caso, los avances en varias direcciones están cortados. Las tropas no parecen agotadas, pero si entretenidas; una rara batalla donde los ejércitos hablan más de lo que combaten, con más fuego amigo que contra el enemigo. Una batalla sin muertos y heridos, en la que son liberados los jefes prisioneros.
Un balance de estos seis meses no puede ignorar algunas comprobaciones: 1) la falta de colaboración entre las instituciones llamadas a combatir la corrupción – dejando a salvo, claro está, su autonomía- aunque en esta oportunidad la mayoría de las veces se usa la autonomía como argumento contrario a la cooperación; 2) el auto-bloqueo de las instituciones que retarda la eficacia de procedimientos como la extradición, la delación premiada brasileña o la colaboración eficaz interna; 3) la normalización social de las denuncias que parecen haber sido asimiladas por la sociedad y el sistema; y 4) la ausencia total de una movilización ciudadana activa e influyente que alerte e impida retrocesos y dilaciones.
Los casos avanzaron cuando se conocieron detalles de los acuerdos entre Odebrecht y la justicia de EEUU y Suiza, y luego de que la fiscalía peruana suscribiera un inédito acuerdo con la filial de Odebrechet en el Perú. Desde entonces, la mayoría de hallazgos y de progresos se deben a la información ya procesada en Brasil y a las colaboraciones eficaces. Por esa razón, es increíble que el Ministerio Público se encuentre atrapado entre dos opciones: la de la fiscalía anticorrupción favorable a tramitar colaboraciones eficaces y la fiscalía de lavado de activos, reacia a ello.
La sentencia que ordena la libertad del Gobernador del Callao, Félix Moreno, es un cambio de enfoque de la prisión preventiva en los casos de altos funcionarios del Estado, practicado hasta ahora. A este giro podrían acogerse otros detenidos y prófugos de cuello y corbata porque anula el efecto de la colaboración eficaz y relativiza los llamados “elementos de convicción”, es decir, los hallazgos de la fase inicial de la investigación que indican la probabilidad de la comisión de un delito. La libertad de Moreno es un golpe demoledor al Decreto Legislativo Nº 1301 expedido hace muy poco, y que pretendía fortalecer la lucha contra la corrupción de funcionarios, lavado de activos y crimen organizado.
Las documentadas denuncias han sido asimiladas especialmente por la elite. Con creciente menor disimulo se muestran simpatías públicas hacia investigados cuyos casos eran inicialmente objeto de indignación, y se ensayan las primeras críticas contra testigos, pruebas y hallazgos. Si bien la prensa sigue siendo el principal dinamizador de la lucha anticorrupción, en su seno se abren algunas falsas disyuntivas que pretenden cuestionar solo un paquete de ilicitudes, ignorando el otro. El sistema se está haciendo cargo de los casos más sonados, pero para “normalizarlos”.
Por el contrario, en estos seis meses no ha sido posible la formación de un movimiento anticorrupción como el que salió a las calles a la caída de gobierno de Alberto Fujimori. Aquel movimiento tenía una raíz ciudadana y partidaria y estaba dotada de una narrativa fuertemente renovadora de la democracia. Ahora, se ha diluido el elemento político como resultado del cuestionamiento de los partidos en relación a los casos denunciados, y se ha minimizado la actividad social debido a la despolitización de la sociedad (mi amigo Beto Adrianzén dice que es otra politización).
En cualquier caso, existe una brecha significativa entre la gravedad de los casos y la ausencia de gente en las calles demandando se juzgue las denuncias. Sin una narrativa renovadora y reformadora de la democracia, y sin masas en la calle, aparece claro el destino final de este proceso peruano contra la corrupción: la impunidad.

domingo, 5 de febrero de 2017

Nueva crisis, nuevo escenario

http://larepublica.pe/impresa/opinion/841237-nueva-crisis-y-nuevo-escenario
La República
La mitadmasuno
20 de enero de 2017
Por Juan De la Puente
El primer dato político al inicio del presente año es el cambio de escenario respecto de los meses anteriores que estuvieron presididos por una convivencia forzada entre el gobierno y el fujimorismo y de una gobernabilidad compartida. Lo que se tiene a la vista es una larga crisis que ha venido a quedarse por mucho tiempo: la crisis de la corrupción.
Esta crisis abraza a todos en distinta intensidad. Para el Gobierno, es una crisis “nueva” debido a que no se encuentra en discusión, exclusivamente, sus relaciones con el Congreso sino las denuncias contra el mismo Presidente de la República a raíz de su participación en actos del 2005 que investiga la fiscalía, y de por los menos otros tres ex presidentes.
Se ha dicho bastante sobre lo que este hecho implica para el sistema y se ha usado para ello palabras que denotan su naturaleza destructiva, como “terremoto”, “tsunami” o “colisión de un meteorito”. Esto es cierto, como también lo es la fortaleza de este sistema aparentemente muy débil, pero más fuerte de lo que creemos o de lo que queremos. De hecho, un posible efecto de esta crisis es que el sistema solo se descosa pero que no se rompa, lo que ya sucedió el año 2000.
Las tendencias están a la vista: 1) la debilidad del gobierno, especialmente del Presidente PPK; 2) las dificultades de un diálogo político consistente y eficaz como respuesta a esa debilidad del gobierno; 3) la combustión de personajes públicos importantes y de sus colectividades, con escasas posibilidades de defensa pública; y 4) la re emergencia de las demandas sociales que ponen a prueba y en evidencia la ausencia de reformas en los ámbitos de la política y de la economía.
Por esas razones, el año 2017 será de una compleja inestabilidad que, al no reducirse en intensidad, será el antecedente de cambios drásticos el año 2018. En ese contexto, la sola discusión de una probable vacancia presidencial representa un elemento perturbador del proceso democrático y aunque esta posibilidad es remota genera un estado de cosas en el que progresan salidas radicales dentro y fuera del sistema.
PPK es el lado más vulnerable de esta crisis al carecer de recursos que eviten su deterioro. La reciente encuesta de IPSOS refleja una drástica caída suya mientras que sus ministros, particularmente el premier Zavala, resisten. Esto podría indicar que la opinión pública ha empezado a diferenciar su figura del resto del gobierno. Algo contrario sucede con el fujimorismo: mientras el Congreso cae varios puntos de aprobación, Keiko Fujimori se recupera y sube algunos puntos. Todo esto podría ser la señal de que hemos retornado a un sistema de competencia perfecta donde lo que pierde el jefe del gobierno lo gana la cabeza de la oposición.
El segundo dato de este nuevo escenario es que el principal impulso de los cambios obedece a una alianza entre los medios y la opinión pública, que tienen al frente instituciones con una escasa capacidad de movimiento, quizás a excepción de la fiscalía. Las demandas anticorrupción de esa alianza ya tienen logros –como la anulación del peaje de Puente Piedra y las restricciones a los movimientos de algunos investigados– aunque todavía no tiene “calle” de un modo sostenido, ni representación política. A eso se debe que la inicial consigna de que “se vayan todos” sea débil y marginal, aunque podría crecer en intensidad si se aprecia que los procesos judiciales tienden a la impunidad o a la demora.
El tercer dato de este nuevo momento es que esta larga crisis parece haber tomado por sorpresa a todos a pesar de que las denuncias brotaron hace más de un año. El cuadro formado presenta una evolución caótica y está a la espera de respuestas institucionales. Una de ellas pudo provenir del Congreso, especialmente de la comisión Lavajato, la que parece haber desestimado esta posibilidad decantándose por una investigación bulliciosa y poco profesional. En un terreno fértil para la movilización contra la corrupción, solo una parte de la izquierda, la liderada por Verónika Mendoza, ha ensayado un llamado a la vigilancia ciudadana.

La guerra de los gritos

http://larepublica.pe/impresa/opinion/839227-la-guerra-de-los-gritos
La República
La mitadmasuno
13 de enero de 2017
Por Juan De la Puente
Las respuestas oficiales y partidarias a las primeras revelaciones del Lavajato peruano han instalado una guerra de gritos perfectamente organizada. A pesar de la trifulca que eso implica el griterío está funcionando; es una zona de confort para el sistema porque ese modelo de competencia hace que nadie explique nada y que a nadie se le escuche.
La guerra de gritos puede ser entretenida y noticiosa, pero es una ofrenda a la impunidad. El “tú robaste más” o “el ladrón es él” es una moneda de dos caras: refleja un pacto tácito y es más un acuerdo que disenso, porque resume la falta de voluntad de la elite peruana para encarar el descomunal golpe que las denuncias implica para el país. De hecho, ahora mismo ya es la principal traba para el desarrollo de una agenda anticorrupción o para la adopción de un método democrático para encarar esta crisis.
Ese método es una necesidad institucional urgente. Sin él, las partes de esta crisis no se sentirán obligadas a asumir su papel republicano y su lugar será tomado por las opciones populistas a las que tampoco les interesa el juzgamiento de la corrupción.
El primer elemento de ese método es la toma de posición. Más allá de algún comunicado o pronunciamiento al paso, no se puede decir que el Lavajato peruano haya motivado una movilización interna de las instituciones, aparte de las que están llamadas a los procesos judiciales. Incluso esta movilización es incompleta y presidida por una áspera disputa de instituciones. En esa dirección, es lamentable que, a diferencia de otros países, no se registre en el Perú una alianza institucional contra la corrupción más allá de coincidencias específicas.
Extraño, por ejemplo, una reflexión muy seria del mundo empresarial respecto de las prácticas nocivas que se descubren, y sobre la cultura de la vulneración de reglas y de regulaciones, al parecer todas homologadas como trabas a la inversión. Solo el asunto de los arbitrajes amañados como fórmula de sobrevaluación de costos finales merecería un estudio minucioso como causa de este episodio de corrupción.
La mayoría de grupos políticos ha escondido la cabeza, se ha limitado a la lucha cuerpo a cuerpo y viven un Síndrome de Vietnam donde las militancias aparecen ausentes y enfrentadas a las cúpulas, ambos en una clara posición de derrota. Esa brecha será letal para el próximo proceso electoral regional y municipal que ahondará el descrédito de los partidos nacionales. De todos.
El segundo elemento de este método es la vigilancia y movilización ciudadana sin las cuales no será alterada la tendencia a la impunidad que ya se observa. Resulta increíble –aunque deviene del Síndrome de Vietnam local arriba señalado– que ningún grupo político o líder, individualmente, y aun los que no se sienten tocados por las denuncias, llame a los peruanos a expresarse con firmeza y responsabilidad contra la corrupción, urgiendo contra la impunidad.
Los casos judiciales de la corrupción brasileña se saldarán en los juzgados pero el proceso político nacional denominado Lavajato se decidirá de cara a la sociedad, un escenario que por ahora es poco callejero a pesar del impacto de las marchas del Cono Norte de Lima contra el cobro del peaje. No obstante, aun en la hipótesis de una baja participación ciudadana activa, la opinión pública será decisiva para evitar que este proceso se reduzca a jueces y penas.
El tercer elemento es la agenda anticorrupción propiamente dicha. Reconociendo el valor de varias medidas en favor de la transparencia pública dictadas por el Ejecutivo, como parte de los 122 decretos legislativos recientes, es evidente que estamos solo en los inicios de esa agenda. Se extraña nuevamente, por ejemplo, la falta de compromiso del liderazgo político del país y de los medios con las 100 medidas propuestas por la Comisión Presidencial de Integridad entregadas el pasado 5 de diciembre, la más importante de las cuales es su llamado a un gran compromiso nacional expreso contra la corrupción.

Lava Jato, un instante revolucionario

http://larepublica.pe/impresa/opinion/835014-lava-jato-un-instante-revolucionario
La República
La mitadmasuno
30 de diciembre de 2016
Por Juan De la Puente
 
El hombre más peligroso es aquél que tiene miedo
Ludwing Börne.
Aun antes de destapar sus certezas, el Lava Jato peruano causa sus primeros impactos: ha erosionado las estrategias oficiales que se preparaban para encararlo, agrietando a más de un partido y poniendo en crisis las relaciones políticas. Una parte de la élite peruana tiene miedo y se ha sumido en un turbulento frenesí muy parecido al sálvese quien pueda.
Lava Jato a la peruana viene con una lógica propia, y no será la réplica del terremoto brasileño. Por ejemplo –primera diferencia con Brasil– no ha dado paso a una rápida batalla entre dos bandos, corrupción y anticorrupción sino a una sucesión de pequeñas guerras civiles sin que sepamos si ellas terminarán dando paso a la pelea de fondo. Las guerras teloneras podrían adueñarse del escenario. Y es que el Perú es ancho y ajeno, con demasiados intereses en pugna, la mayoría de ellos cruzados por tercerías, subcontratos, arbitrajes, lobbies de cobro diferido y financiamiento electoral.
Pero Lava Jato tiene una virtud, no va por una cuerda paralela: la catarata de información tiende a integrar todo y lo que tenemos es un tsunami en formación, una revolución –imperfecta, como toda revolución– donde caben la ley y el desorden, el drama y la comedia, y el teatro y el circo, con todo lo que esto último implica: payasos, magos, equilibristas, titiriteros, ventrílocuos y hombres bala.
Lava Jato se posa sobre una vieja crisis de legitimidad del sistema labrada en casi cuatro décadas –es la segunda diferencia con Brasil– y por eso no deberíamos perdernos en las guerras civiles o en los ajustes de cuenta en la esquina del escenario, expresión de esa crisis antigua; el circo no debería ocuparnos demasiado sino las grandes fuerzas que aparecen en la escena.
Solo una parte de esta revolución es de manual: el sistema débil, indefenso, dividido y con poca legitimidad. Para apreciar el resto habría que salir del patrón revolucionario del siglo XX donde las grandes crisis tenían líderes, clases y partidos. La nuestra no posee instituciones fuertes ni partidos –tercera diferencia con Brasil– y lo que tenemos al frente es un estado de ánimo en progreso que ha hecho de la corrupción el principal problema de la sociedad.
De momento decepciona que este instante revolucionario tenga pocos revolucionarios, y que el programa máximo contra la corrupción se limite a dejar todo en manos de la justicia, como si estuviésemos ante un problema de delitos y de penas, exclusivamente. Para una parte de la elite, Lava Jato es un asunto penal, apenas una disfunción social –la cuarta diferencia con Brasil– y por lo tanto solo un punto de llegada. En cambio, para la sociedad, la reacción penalista no es suficiente porque cree que este caso debería ser un punto de partida.
En esto reside el clivaje esencial de esta etapa. Esta brecha carece de mediación y de conexión y apunta a que con las primeras revelaciones se ensanche el abismo con la sociedad. Ese es el debate de fondo en relación a que si el Congreso debería investigar esta corrupción. Un sector cree que el Congreso no debería hacerlo, olvidando el papel de las minorías parlamentarias heroicas de los años noventa, como las que contra el fujimorismo mayoritario investigaron y denunciaron al Grupo Colina, las matanzas de La Cantuta y Barrios Altos, y la corrupción de los mandos militares.
Las alternativas de este instante que podría perderse para la historia asoman. Un primer desenlace sería el democrático- reformista que ataje la impunidad, sustituya al liderazgo político responsable y reforme las instituciones para abrir un curso renovado del país. El segundo es el populista-penalista que castigue a medias a los responsables y que a pesar de su talante bullicioso y enojado deje pasar la oportunidad de cambiar la historia de asalto a las arcas públicas. Y el tercero, el conservador-legalista que deje todo en manos de jueces y fiscales, a quienes luego responsabilizar, sin cambiar nada o cambiando muy poco para que no cambie nada.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Lava Jato made in Perú

http://larepublica.pe/impresa/opinion/833068-lava-jato-made-peru
La República
La mitadmasuno
23 de diciembre de 2016
Juan De la Puente
He aquí tres notas cortas sobre el caso Lava Jato que empieza a tomar fisonomía nacional, una alerta sobre los límites de la denuncia en un país que carece de una movilización contra la corrupción y experimenta una sequía de sentencias en los procesos recientes.
Un proceso anticorrupción inédito. Lo que se apresta a revelar y a juzgar en el Perú es un inédito proceso contra la corrupción que se lleva a cabo en un país que carece de un movimiento anticorrupción. Este dato es relevante porque marca al proceso mismo y le confiere un toque de recepción fría. El Perú no tiene –y no lo tendrá en la magnitud requerida– a las masas reclamando en las calles contra los políticos corruptos, como se ha podido apreciar en Guatemala, Honduras y Brasil. El proceso será muy parecido al que se experimentó en el juzgamiento de la corrupción del gobierno de Fujimori, es decir con mucha indignación y algunos resultados judiciales, sin un correlato de cambio político institucional. Nadie puede asegurar en este momento que Lava Jato parirá una nueva era, salvo que alguna fuerza realmente nueva se levante desde el fuego de las revelaciones.
Este caso se asienta sobre sonados fracasos en la lucha contra la corrupción. El mismo proceso de los casos ocurridos en la década de los noventa no ha culminado y a ellos se agregan otros más recientes que no generan la movilización firme de la sociedad. Es cierto que las encuestas reflejan que la corrupción ya es el segundo punto de la agenda del futuro, y en algunas el primero, aunque en un contexto de vacío ciudadano y sin participación más allá de la indignación.
El juicio a la democracia. El sistema no está jaqueado por Lava Jato como sí lo está en Brasil, aunque en nuestro caso significa un severo juicio a la democracia reciente. Este es el primer escándalo de macrocorrupción en los 15 años de democracia y a la que no se encuentra asociado el fujimorismo sino lo que se suponía eran los partidos y gobiernos antítesis. Si hubiese un espacio distinto al que ocupará el expediente judicial y el morbo político, esta sería una oportunidad de oro para poner en el banquillo de los acusados también el discurso facilista de obras más obras desde el poder, el desprecio por el control y la asociación prensa-corrupción (sí, esa que solo descubre corruptos y no corruptores).
Creo que es el momento para extirpar el “roba pero hace obra”, la frase emblemática de una narrativa social intrínsecamente corrupta que, extrañamente, una parte de la academia ha disculpado con el argumento del pueblo desinformado. No sé si para alcanzar este objetivo las elites se atreverán a cuestionar el espíritu nacional como lo hicieron en su momento los representantes más lúcidos de la Generación del Centenario.
Un país no preparado. Por lo mismo, creo que el sistema político peruano no se encuentra preparado para digerir con eficacia la catarata de información que se producirá en relación a este caso. Son pistas interesantes el hecho de que una fantasmal negativa –que no tiene nombre propio– haya impedido en julio de este año que el Congreso debata el Informe Pari sobre Lava Jato, considerando que era, por ejemplo, la gran oportunidad de juzgar al gobierno de Humala, en clara minoría parlamentaria; y los retrasos de la justicia en las investigaciones de grandes casos de corrupción de los últimos 10 años en los que no se tienen sentencias. Me pregunto si el sistema de justicia estará en condiciones de llevar adelante sin dilaciones y con certidumbre este megaproceso.
Este punto es crucial y deriva a la prensa una enorme responsabilidad. Los recientes procesos han demostrado la vitalidad de nuestro periodismo de investigación, pero una lamentable pérdida de capacidades de medios y de periodistas para abocarse a los expedientes judiciales. Es paradójico que un país con una política judicializada no tenga la cantidad suficiente de periodistas judiciales, de modo que la prensa puede ser engañada en relación a pruebas, dictámenes, plazos procesales y sentencias. En este caso, el juicio mediático no servirá de nada.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Caiga quien caiga el Congreso si debe investigar Lava Jato.

Por Juan De la Puente
Me llamó la atención que desde el derecho antes que desde la política, se propusiese que el caso Odebrecht, el más importante de corrupción de los últimos 16 años, no sea investigado por el Congreso. Aquí algunas reflexiones sobre el tema.
Los argumentos
Se aducen dos tipos de argumentos, uno legal y otro político práctico. Los argumentos legales inciden en tres razones: 1) que sus hallazgos serán objeto de filtraciones a la prensa, perjudicando el proceso; 2) que al caso se ha abocado la fiscalía y que ello es suficiente para evitar “contaminar” la investigación; y 3) que las conclusiones de las comisiones investigadoras no son vinculantes y por lo tanto sirven de poco.
Las objeciones prácticas señalan: 1) que una comisión investigadora duplicará el uso recursos que se necesitan para la investigación  “seria”; 2) que una comisión investigadora está politizada de antemano porque el fujimorismo y es mayoría absoluta en el Congreso; y 3) que las comisiones investigadoras solo sirven para la figuración política de sus miembros.
Ninguna de estas razones son sustantivas para impedir que el Congreso se aboque al caso más importante de corrupción pública y privada de los últimos 15 años y el que, por sus características internacionales es una valiosa oportunidad para derrotar la impunidad. Sería increíble para el juzgamiento que haga la historia que en este caso, cuya trascendencia es parecida a los casos Dreyfuss y Grace, la representación nacional desista investigarlo
El corazón del control
Las comisiones investigadoras de los parlamentos son criticadas en todo el mundo. Pero existen. Aunque no son inherentes a los orígenes del parlamento, se han desarrollado vigorosamente en el siglo XX al punto en que no se explica la política del siglo pasado sin ellas, incluyendo sus errores y aciertos.
Este desarrollo ha conducido a que la investigación parlamentario sea el corazón del control político y por esa razón es importante reparar en algunos de sus rasgos.
Lo primero que no debe olvidarse es que en sus orígenes, por lo menos en Europa, es una prerrogativa de la minoría para evitar la dictadura de las mayorías legislativas (Max Weber escribió sobre el punto propuestas muy específicas).
El segundo rasgo es la obligada diferenciación de la responsabilidad penal de la política, que en el caso peruano es tenue en perjuicio de la segunda (creo que en lo últimos años, nuestro Congreso ha dejo un tanto lo segundo para avanzar en lo primero, y lo ha hecho mal, generando una crisis de la investigación parlamentaria). Y el tercero es su enorme y positiva politización en el sentido más amplio, impulsando la vigilancia de la sociedad y la toma de conciencia ciudadana sobre los asuntos públicos que el poder quiere ocultar o deformar. En este último rasgo, la prensa juega un papel decisivo.
Respuestas a las objeciones
Una por una respondo las resistencias a que la corrupción brasileña sea investigada en el Congreso.
Sobre lo legal: 1) También existen filtraciones de los expedientes judiciales, y de lo sucedido en los últimos años, ninguna filtración ha afectado los procesos; 2) hemos tenidos otros casos a los que ya estaba abocada la fiscalía y eso no le ha impedido al Congreso investigar, ni ha “contaminado los expedientes. Por ejemplo, los casos de Nadine Heredia, López Meneses, Orellana, Belaunde Lossio, Ecoteva, entre otros. Es más, una sentencia del Tribunal Constitucional (TC) ha respondido con solvencia a la pretensión del ex Presidente Alejandro Toledo de solo ser investigados por la fiscalía; y 3) que sus conclusiones no sean obligatorias para la justicia no es un demérito. Al contrario, es la separación de la verdad política parlamentaria de la verdad social;  es correcto que así sea porque en un Estado Constitucional  no hay más verdad social que la que definen los jueces y tribunales en un proceso contradictorio pleno de garantías (Pérez Royo; 2005).
Las objeciones prácticas políticas se responden por si solas. Solo añado que cuando se absolutiza la condición de la mayoría parlamentaria se olvida el papel de las minorías, lo que es un serio error de concepto. Equivale a decir que porque un grupo es mayoría en el Congreso toda batalla está perdida y se olvida el papel heroico que pueden jugar las minorías parlamentarias y el enorme potencial movilizador de los informes en minoría.
Varios informes de comisiones investigadoras me impactaron desde los años ochenta. Uno de ellos es el informe en minoría de la Comisión del Caso Cayara, presentado por el entonces senador Gustavo Mohme Llona de Izquierda Unida-IU (1988); el informe de la Comisión del  Caso La Cantuta, presidido por Roger Cáceres Velásquez, del FNTC (1993); el Informe de la Comisión de Investigación de los Delitos Económicos y Financieros de los años 90, que presidió el congresista Javier Diez Canseco de IU (2002); y el de la Comisión sobre los recursos financieros usados por Vladimiro Montesinos, presidida por la legisladora Anel Townsend, de Perú Posible (2001).
Los dos primeros fueron informes se levantaron ante la opinión pública y en el Congreso en el contexto de mayorías parlamentarias que a la larga fueron derrotadas por una verdad política, antecedente de la verdad judicial.
El modelo peruano
no dejan de tener razón sin embargo las críticas al modelo peruano de investigación parlamentaria y coincido con los que sostienen que debe ser reformado, para salir de la tendencia “penalista” y fortalecer la determinación de la responsabilidad política.
Desde nuestra primera constitución, la de 1823, se estableció la prerrogativa parlamentaria de investigar las infracciones a la Constitución y por lo menos desde 1872 el Congreso investiga presuntos actos de corrupción (en este caso las operaciones financieras del Gobierno de Balta, especialmente el caso Dreyfuss). Las comisiones investigadoras fueron incluidas en el texto constitucional de 1920, aún de modo limitado, y con mayores prerrogativas en los textos de 1933, 1979 y 1993. El Perú tiene casi 100 años de comisiones investigadoras.
La Constitución de 1993 sigue considerando la investigación como un derecho de las minorías. (Para su admisión a debate y aprobación sólo se requiere el voto aprobatorio del 35% de los miembros del Congreso) respetando “hasta donde sea posible”  el pluralismo y proporcionalidad de los Grupos Parlamentarios.
La Carta de 1993 incorporó una disposición que no estuvo presente en la Carta de 1979, en el sentido de que las comisiones pueden acceder a cualquier información, lo que puede implicar el levantamiento del secreto bancario y de la reserva tributaria. El artículo 88° del Reglamento del Congreso señala que tratándose del secreto bancario el pedido se solicita a través de la Superintendencia de Banca y Seguros, exceptuando de este pedido la información que afecte la intimidad personal debido a que el secreto bancario y tributario son parte del contenido constitucionalmente protegido del derecho a la intimidad. En este caso la regla es la confidencialidad y la excepción es la publicidad.
Excesos “penalistas”
El error del Reglamento reside en que según el artículo 88°, si como consecuencia de una investigación parlamentaria, los imputados fueran altos funcionarios del Estado, comprendidos en el articulo 99° de la CPP, el informe “debe” concluir formulando denuncia constitucional. Este error “penalista” se complementa con otra disposición del mismo artículo que dispone que  cuando de las indagaciones que realizan las comisiones de investigación surge la presunción de la comisión de un delito, el informe de la comisión “establece hechos y consideraciones” de derecho con indicación de las normas de la legislación penal que tipifiquen los delitos que se imputan al investigado o a los investigados, concluyendo con la formulación de denuncia contra los presuntos responsables, una especie de camisa de fuerza que limita la conclusión política.
En el futuro podría reglamentarse mejor la relación entre la investigación fiscal y la parlamentaria. En Francia y Bélgica, por ejemplo, no se permite una investigación simultánea y en Alemania se suspende la investigación parlamentaria si se ha iniciado la investigación judicial. España ha sido un tanto más creativa, porque es un juez el que establece los límites a la investigación  parlamentaria y en ese caso nadie se sorprende que sea la justicia ordinaria la que le marque la cancha al Parlamento.
Finalmente, el espacio para la arbitrariedad del Congreso en la investigación parlamentaria se ha reducido notablemente. Según el profesor Landa Arroyo (Landa Arroyo; 2004) el debido proceso en sede parlamentaria impone el respeto estricto a las reglas establecidas en el artículo 88° del Reglamento en lo siguiente: forma de constitución de la Comisión, reglas para el levantamiento de la reserva de las sesiones, contenido de los informes, procedimiento de aprobación ante el Pleno, límites a la divulgación de informaciones vinculadas a la intimidad, secreto bancario y reserva tributaria de los investigados, entre otros.
La jurisprudencia también ha puesto límites a probables abusos. Ya no solo están las sentencias del juez Velásquez del 5° Juzgado Constitucional en los casos de Alan García y Javier Diez Canseco, sino lo establecido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Tribunal Constitucional vs. Perú (2004). Al analizar el caso de los magistrados del TC destituidos por oponerse a la reelección ilegal de Alberto Fujimori, la Corte sostuvo que el respeto de las garantías judiciales no se limitan al ámbito judicial en estricto, sino que son requisitos que deben observarse en todas las instancias procesales a efectos de que las personan puedan defenderse frente a cualquier acto emanado del Estado.
Finalmente, nuestro TC, en la Sentencia 156-2012 HC/TC, el famoso Caso Tineo, elimina los riesgos del uso abusivo de cualquiera investigación previa al proceso jurisdiccional propiamente dicho.

miércoles, 26 de octubre de 2016

La anticorrupción hace historia. Aquí quizás no.

Por Juan De la Puente
No Brasil tudo é grande. A corrupção é grande. E agora o anti-corrupção também será grande, muito grande.
1.- Una delación corporativa. En efecto, el empresario Marcelo Odebrecht, jefe de la empresa constructora más grande de América Latina ha llegado a un acuerdo con la justicia brasileña para delatar a los funcionarios y políticos a los que sobornó su empresa. El acuerdo podría incluir entre 50 y 68 ejecutivos más de Odebrecht que han negociado sus propios acuerdos de delación.
Se inicia de ese modo a decir de la cadena O Globo, la primera delación corporativa a gran escala, cuyos efectos serán mayores en volumen de dinero y destapes de corrupción que los escándalos de la última década en EEUU y Europa, como los casos Enron, WorldCom, Gurtel o Madoff. Es el coletazo mundial de Lava Jato.
La empresa está presente en 21 países de 4 continentes pero en la región el foco está puesto en las obras realizadas en 7 países, Argentina, Colombia, Ecuador, Guatemala, Perú, República Dominicana y Venezuela. El año pasado, en A. Latina la cartera de contratos de Odebrecht ascendió a US$18.000 millones de dólares.
2.- Hay un caso abierto en el Perú. Desde hace dos años, la cascada de noticias que vinculan a Odebrecht al Perú se acrecienta y ha sido abordado por varios medios, especialmente IDL reporteros y Ojo Público aunque también se han abocado al caso Lava Jato con permanencia Hildebrandt en sus Trece, La República y El Comercio.  Inicialmente, los involucrados negaron las vinculaciones extraídas de los expedientes brasileños, hasta que la fiscalía encontró indicios para abrir una investigación. El fiscal supraprovincial Hamilton Castro ha viajado a Brasil hasta en 4 oportunidades (junio, octubre y noviembre del 2015 y enero de este año), y la visita del Fiscal de la Nación, Pablo Sánchez, a Brasil, para participar en un encuentro de fiscales anticorrupción de Latinoamérica, en octubre pasado, selló una mayor cooperación.
3.- Hasta ahí las buenas noticias. El Perú parece no estar preparado para procesar la llegada de una inédita cantidad de datos que podrán ser judicializados. Solo en el caso más grande, el que vincula a las empresas Odebrecht, Queiroz Galvao, Andrade Gutiérrez y Camargo Correa con el supuesto pago de sobornos en la construcción de la Interoceánica (una carretera de 2.500 kilómetros de longitud que pasó de costar US$ 800 millones a US$ 2.800 millones), la acusación está vinculada a tres gobiernos, un caso cuya denuncia fiscal se producirá este año o el siguiente pero que corre el riesgo de no tener responsables y, si los hay, de ello sabremos después de 6 o 7 años. Un prueba de esto fue el destino de los tres informes de la Comisión Lava Jato del Congreso pasado que no pudieron ser discutidos en un pleno  extraordinario porque no se alcanzaron las firmas requeridas para convocarlo Solo se obtuvieron 66 de las 78 necesarias.
4.- Brasil y Perú, las diferencias. En Brasil, desde que la fiscalía acusó a Marcelo Odebrecht y la condena de 19 años que recibió en marzo pasado transcurrieron 8 meses. En nuestro caso, por ejemplo, el grupo delictivo del gobierno regional de Ancash no ha recibido ninguna sentencia relacionada al crimen organizado, y su cabecilla César Álvarez solo ha sido condenado por difamación a dos años de prisión suspendida. Las capturas en este caso se realizaron en mayo del año 2014.
Brasil se beneficia de una fiscalía y una justicia empoderadas y de un movimiento anticorrupción en proceso de ampliación, con redes contra la impunidad que operan en las universidades y en la sociedad civil. El punto culminante fue la marcha de decenas de miles de personas que el 13 de marzo reclamaron la renuncia de Dilma Rousseff, el procesamiento de Lula y el respaldo al juez Sergio Moro que ha puesto ante la justicia al sistema político del país. Solo en Sao Paulo se movilizaron casi 1 millón y medio de personas.
5.- No es suficiente, por ahora. En nuestro caso, la fiscalía está en una mejor situación de cuando explotó la corrupción de las regiones y ha obtenido victorias resonantes. La más importante de ellas es la sentencia del Tribunal Constitucional de octubre pasado (EXP N.° OD81 I -2015-PHC) que desestima el pedido de Nadine Heredia para que la fiscalía deje de investigarla. El TC ha respaldado el papel del Ministerio Público en la lucha contra el delito y ha señalado que sus indagaciones no implican  una amenaza a la libertad personal o derechos conexos por el hecho de que las diligencias son postulatorias, es decir son antecedentes para decisiones del Poder Judicial.
Nuestro sistema de colaboración eficaz, dispuesto en el Código Procesal Penal, hace complejo este sistema y entre las modificaciones que debe experimentar hay una, muy importante, que en el caso de Brasil ha permitido este desenlace, la posibilidad de que también se acojan a este mecanismo jefes y cabecillas de los grupos juzgados.
A pesar de la nueva fuerza de la fiscalía, ahora reforzada por el papel de la Procuraduría en manos de la Dra. Julia Príncipe, esta fuerza no parece suficiente por ahora; nuestra sociedad está indignada pero no movilizada y es impresionante el vigor de los poderes extralegales que operan en favor de la impunidad, incluso desde los medios. Esta vez deseo equivocarme.