miércoles, 23 de septiembre de 2015

Cinco batallas y una guerra

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La República
La mitadmasuno
18 de setiembre de 2015
Juan De la Puente
Entre las frases más comunes de estos días dos son portadoras de pesimismo, “la situación es complicada” y “todo está muy confuso”. Son definiciones y al mismo tiempo conclusiones de un escenario abigarrado y tumultuoso, propio de una guerra nacional que envuelve a políticos, instituciones, medios, periodistas.
La respuesta a este escenario es la interpretación mágica de todo suceso como una cortina de humo de alguien armada en un laboratorio, un recurso fácil que no necesita de muchos elementos a considerar pero que conduce casi siempre a errores de apreciación; esta interpretación tiene su origen en una forma de análisis político según la cual los hechos solo tienen causas externas. A esto se agrega otra operación simplista, la que abusa de la agregación de los fenómenos, de modo que las coyunturas o escenarios son planos, con una sola fuerza determinante y en una sola dirección.
Sostengo que, al contrario, este desorden político se explica por la concurrencia y a veces colisión de tendencias, todas ellas actuando en un período tan corto de tiempo y a cargo de actores, la mayoría de ellos precarios, con excepción de la prensa, constituida en un poder que asigna roles, derechos y organiza (casi siempre desorganiza) el juego político a su imagen y semejanza.
Por lo menos cinco batallas se libran con distinta trascendencia en este escenario: 1) la de la oposición vs el gobierno, que la primera ha ganado largamente y cuyo emblema es la pérdida del control del Congreso por el oficialismo y su aislamiento; 2) la de los medios vs el gobierno, que incluye sucesivas arremetidas centradas ahora en las agendas de Nadine Heredia, que algunas veces se mezcla con la batalla de la oposición contra el gobierno pero que tiene guión y actores periodísticos propios. Más que aliada, la oposición juega en esta batalla una función de vocería y acompañamiento procesal; 3) la batalla al interior del gobierno, que tiene su origen en la decisión de Humala de prescindir el 2016 de los no fieles, al punto que en el nacionalismo el problema ya no es la unidad sino cómo librarse de los no confiables; 4) la batalla de los partidos entre sí, con campañas en curso contra las candidaturas de Keiko, PPK y García, a cargo de dos de ellos contra el (la) tercero (a); y 5) la más importante, la batalla de la prensa y de la sociedad contra los partidos y políticos, que siendo criticados con distinto énfasis, todos aparecen de algún modo como un problema serio para el futuro.
La mayoría de actores políticos cree que es posible moverse en este escenario aprovechando de él lo que puedan; por esa razón se embarcan en cualquiera de las batallas, sin un plan determinado. Es una visión heroica de la política como una lucha cotidiana y un esfuerzo diario para evitar el naufragio. Algunos lo logran, otros no; el más perjudicado es el gobierno que tiene más adversarios, menos armas y aliados, y un ejército disminuido.
Lo delicado de este escenario reside en la debilidad del gobierno que parece estar transitando desde la transición hasta la emergencia, y por esa razón requiere cada día de más oxígeno. Presumir que en medio de esa precariedad el gobierno quiera intentar una salida golpista o huida hacia adelante, es un equívoco. Ello no excluye la existencia de otras dinámicas rupturistas, uniformadas o no.
En el Perú de hoy se combate en cada esquina de la política y parece que muchos se sienten a gusto con ello a pesar de que las batallas de esta guerra ofrezcan la imagen de un vacío que asoma. Es un juego peligroso y no porque se pueda acabar por una aventura militarista sino por dos razones egoístas: porque solo tienen corto plazo y porque nadie está ganando con el zafarrancho, aun los que se anotan victorias pasajeras. La caída de Milagros Leiva es un aviso de que la prensa y los periodistas no son inmunes a los golpes.
Lo malo de todo esto es que pareciera que ninguna de las fuerzas que se revuelcan en las batallas de esta gran guerra está dispuesta a hacer otra cosa; o que queriéndolo pueda lograrlo.

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